Aunque el guano había estado presente en territorio peruano desde la época de los incas –quienes, de hecho, también lo utilizaron como fertilizante agrícola en su economía–, este recurso había caído en el olvido, «como gran parte del valioso conocimiento incaico de los Andes, durante la frenética destrucción de la conquista», según apunta Peter Flindell.50 El geógrafo inglés Clements Markham, quien realizó algunos viajes por los Andes en las décadas de 1850-1860, señalaba a través de sus escritos la importancia dada a este valioso recurso durante la época incaica:
El gobierno ilustrado de los incas del Perú sabía bien cómo apreciar este valioso abono; fue muy utilizado a lo largo de su imperio y se dice que se infligía la pena de muerte a cualquiera que molestara a las aves durante la temporada de cría.51
Sin embargo, parece que los peruanos de mediados del siglo XIX no tuvieron la misma capacidad para aprovechar el auge económico que produjo la explotación del guano. El redescubrimiento del potencial del guano por parte de los peruanos coincidió con un momento en el que en Europa se estaba desarrollando la Revolución Industrial. Por esta razón, el nitrógeno contenido en el guano se empezó a revalorizar, y Perú se convirtió en un país poseedor de un recurso altamente ambicionado por las principales potencias industriales. Sin embargo, frente a los intentos extranjeros de intervenir en este rico negocio, la burguesía peruana presionó al Estado para que legislara en favor de los nacionales. Así, en 1862 se dio una ley que «obliga(ba) al Estado a preferir en cualquier contrato a “hijos del país”». En cualquier caso, la explotación y comercialización del guano, desde 1847, quedaría en manos privadas, pues en ese año se estableció un sistema de consignaciones por el cual el Estado encargaba todo el proceso guanero a empresarios particulares –en su mayoría peruanos, aunque también participaron algunos extranjeros– que se quedaban con un porcentaje de los beneficios. Durante esta etapa, por tanto, «la burguesía peruana por medio de la Compañía de Consignación de Guano en el Extranjero logra que el negocio más lucrativo de Perú se le entregue». La época de privilegio de la burguesía peruana acabó con la firma del Contrato Dreyfus en 1869, por el cual el ministro de Hacienda Nicolás de Piérola vendió buena parte de los recursos guaneros a la francesa Casa Dreyfus.52 Este contrato trajo consigo fuertes protestas por parte de los empresarios peruanos, que acusaron al Gobierno de haber firmado «la sentencia del despojo» y de haber llevado a cabo un atentado contra el pueblo del Perú.53 En definitiva, el auge guanero acabó beneficiando exclusivamente a un sector socioeconómico concreto –la burguesía comercial–, mientras que para el Estado supuso una crisis financiera en la década de 1870.
Lo que podía haber sido una buena oportunidad para el desarrollo económico de Perú acabó sin embargo por agotarse en la década de 1870 debido a la mala gestión del Estado, la codicia de los empresarios, la corrupción y la sobreexplotación de un recurso finito «consumido por una pequeña élite en una orgía de importaciones de lujo».54 Finalmente, los beneficios económicos que podía traer consigo la explotación del guano no se supieron aprovechar de forma adecuada, ya que no se vieron transformadas las estructuras sociales y económicas, que siguieron perpetuando la herencia colonial. De hecho, las consecuencias nefastas del auge guanero fueron identificadas incluso por algunos viajeros que visitaron Perú durante estos años. Por ejemplo, el ya citado Clements Markham comentaba así sus impresiones:
Un gobierno prudente hubiera considerado el monopolio del guano como una extraordinaria fuente de ingresos, y lo habría reservado para pagar la deuda interna y externa y para mejorar las obras públicas; pero parece que la mente de los peruanos se hubiera turbado con este maravilloso aumento de sus ingresos, y lo han derrochado con ruinosa y deshonesta imprudencia.55
En la misma línea, el estadounidense Friedrich Hassaurek se sorprendía de que, a pesar de que las reservas de guano convertían a Perú en el país más rico de América Latina, para el año 1868 aún no se había construido un ferrocarril que comunicara a la capital con las tierras altas del interior, ni siquiera con «la capital de los antiguos Incas». Así, este autor sentenciaba que «la riqueza del Perú ha demostrado ser una gran fuente de su miseria política», debido a que «sus recursos fueron derrochados de manera imprudente por sus gobernantes».56 Pero también los propios peruanos eran conscientes de la situación a la que el boom guanero les estaba llevando. Así, un escritor de El Comercio ponía de manifiesto que «el huano, según el unánime sentir de los inteligentes, ha hecho y sigue haciendo nuestra desgracia, así como el caudal que se entrega al joven inexperto, hace su pérdida».57
Si en Perú se ha hecho referencia a la importancia del guano como elemento que consiguió introducir al país en los mercados internacionales, en el caso de Ecuador se debe mencionar otra materia prima cuya explotación económica fue creciendo vertiginosamente a lo largo del siglo XIX hasta llegar a un periodo culminante entre 1870 y 1920: el cacao. Esta etapa se conoce en la historiografía ecuatoriana como el «segundo boom cacaotero», para diferenciarla de aquel primer periodo en el que había tenido lugar un auge económico semejante en torno a esta materia prima, entre mediados del siglo XVIII y 1820.58 Por tanto, se podría afirmar que durante todo el siglo XIX Ecuador fue dependiente del cacao desde el punto de vista económico. Como señalan Daniel Baquero y José David Mieles, «en el siglo XIX el cacao se consolidó como el principal producto de exportación y la economía del país se construyó a su alrededor».59 A través del comercio del cacao, fundamentalmente, pero también de otros productos como el azúcar, el caucho, el banano o el café, Ecuador empezó a ocupar un lugar relevante como país exportador, siendo receptores de dichos productos las potencias industriales de Europa y América del Norte.60 No obstante, como señala Paz y Miño, «la economía ecuatoriana se vinculó al mercado internacional en condiciones subordinadas y las posibilidades de crecimiento dependieron de los ciclos de auge y caída de las ventas externas».61
Las exportaciones de cacao fueron especialmente importantes para la costa ecuatoriana, destacando las provincias de Los Ríos, Guayas, El Oro, Manabí y Esmeraldas. Esto trajo consigo un crecimiento de la población de esta región desde la década de los setenta, así como un mayor peso político en el contexto nacional.62 El auge económico atraía a un gran número de población procedente de otras regiones del país que se trasladaban a Guayaquil en busca de trabajo, ahondando así este hecho en el contraste entre la Costa y la Sierra, «que había caracterizado la vida republicana de Ecuador desde su fundación».63
Si bien es cierto que el boom cacaotero permitió la construcción