— ¿Estás bien? — preguntó ella, haciendo un gesto con los labios para que él pudiera entender lo que decía a distancia.
— Sí — respondió, devolvió la sonrisa y se levantó. Aparte del monstruoso dolor de cabeza que sentía y de su orgullo herido, sí, estaba bien.
— Chicos, mantened la tranquilidad— dijo dirigiéndose al grupo. — Estoy bien.
— Lo siento, Ry. Calculé mal la dirección y la fuerza del balón — dijo uno de los chicos, con cara de vergüenza y culpabilidad.
— No te preocupes, Leo, estas cosas pasan. — El pequeño le sonrió, que le correspondió a pesar del dolor que sentía. — ¿Seguimos, chicos?
Los chicos se apresuraron a volver a la pista, seguidos por Ryan, que se instaló en un banco cercano a la pista. Unos instantes después, volvió a mirar en la dirección en la que bailaba Mandy, pero no había nadie más.
Suspiró, pensando que se encontraría con ella al día siguiente en la biblioteca. Solo esperaba que para entonces su dolor de cabeza se hubiera calmado.
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