Esta imagen constituye “una copa en la que el maestro concentra sus rayos, que son una actividad todopoderosa porque están constituidos de la sustancia energizada y cargada por la consciencia divina del maestro que les da la cualidad requerida para producir una acción instantánea y sostenida. El color de los rayos puede variar según el resultado de lo que se desee obtener, pero quedando el cuerpo del maestro siempre blanco centelleante.
Para producir el sentimiento de amor divino, de paz; de quietud, de comodidad, es necesario ver los rayos como de oro líquido, chispeando si se necesita mucha energía, opacos si se necesita la cualidad calmante. Tal es el caso en la curación de los niños. Para difundir la compasión divina, vean los rayos de un rosa delicado irisado de oro como en el nácar o en los últimos resplandores de una hermosa puesta de sol.
Cuando se busca una actividad purificadora, tanto en el cuerpo físico como en los sentimientos o los pensamientos, se visualizan los rayos de un violeta luminoso intenso, tales como la luz reflejada por un diamante puro o el neón.
Los rayos azul eléctrico aumentan la energía: es necesario siempre calificarlos de amor divino. El rojo o el negro jamás se emplean por los maestros ascendidos. Es un signo infalible que permite reconocer el género de fuerza utilizada.
El empleo de la energía divina para curar cuerpos sin aportar la iluminación al espíritu, atrae siempre sanciones sobre el que lo hace.
El que emplea su don de curación con un fin lucrativo lo perderá, e incluso será forzado a salir de su propio cuerpo físico. Al ayudar a los que sufren a pensar correctamente, a purificar sus sentimientos y sus acciones, se elimina la causa del mal y se obtienen curaciones permanentes.
Al visualizar la imagen de un maestro ascendido, debe verse considerablemente más grande que el paciente o la condición a tratar. Debe mantenerse la imagen el tiempo suficiente para que el paciente o la condición sean como absorbidos por la imagen del maestro. Si se trata de una localidad, de un país o del planeta, vean la imagen del maestro en proporciones gigantescas, en un globo o sol de oro chispeante de donde parten rayos de un azul-violeta, como relámpagos, y formando una cúpula por encima de la condición a tratar.
Se puede igualmente ver la presencia luminosa de un maestro ascendido en miniatura, en un sol de oro en medio de la frente, entre los ojos.
El habito de esta visualización sobre nuestra propia frente o la de nuestros interlocutores, constituye para nuestra mente una protección todopoderosa contra las sugestiones o tentaciones hipnóticas del exterior. Es imposible sobreestimar el poder de la visualización de la presencia luminosa. Es una actividad trascendente que produce resultados milagrosos. El que toma el hábito constante de practicarla constata que, por esta práctica, puede controlar a las personas y las circunstancias, y que se convierte en un foco, un centro de radiación que difunde silenciosamente la armonía, el amor y la perfección a su alrededor.
Instrucción concerniente al servicio Por Nada, hija de Mars y por Saint Germain
El privilegio de servir a la humanidad es una gran bendición, pero el primero y más grande servicio divino es el de reconocer y aceptar plenamente a su poderosa presencia “Yo Soy”. Llamen en su corazón y su gloria por encima de ustedes.
Las ideas que del servicio se hace la gente son erróneas. Muchos actos considerados como servicio no son sino esclavitud impuesta por los sentidos de uno mismo o de los demás.
La realización de actos físicos para satisfacer o halagar los deseos o las necesidades del yo externo no es servicio, no lo ha sido y no lo será jamás .
Les ruego que abandonen esta falsa idea de servicio, porque les digo, francamente y en verdad, que esto no es exacto. El primer servicio para todo ser humano es la alabanza y la adoración del yo divino. La presencia de Dios en el corazón de cada individuo.
Guardando constantemente la atención de la mente inferior sobre la presencia “Yo Soy”, llegará a levantar el entendimiento humano a la plena aceptación del supremo poder conquistador, anclado en la forma humana que, después de todo, es divina.
Si en los servicios que queremos prestar a nuestro prójimo olvidamos guardar nuestra atención fija en nuestra presencia “Yo Soy”, fuente del amor divino, entonces hemos perdido en gran parte nuestra energía.
Si todo nuestro tiempo está embargado por el trabajo, para satisfacer las necesidades de los sentidos y no se presta atención alguna al manantial, a la presencia “Yo Soy” que produce todo lo que tenemos necesidad, entonces hemos fallado en la finalidad de la existencia.
El único servicio real es el de guardar la atención sobre la presencia “Yo Soy” y aceptarla con tal firmeza que la mente exterior vibre al unísono con ella. En este momento, los actos de la vida cotidiana devienen con toda naturalidad el servicio divino perfecto del momento presente.
De esta manera, el gurú interior —la presencia “Yo Soy”— dirige la actividad exterior y el plan divino se cumple. Antes de haber recibido la iluminación el yo externo desea mostrar sus capacidades. Pero todos estos afanes humanos están predestinados al fracaso y, bajo el choque producido por el hundimiento de sus vanas tentativas, el pobre yo humano se despierta y termina por mirar hacia lo alto, hacia el manantial del poder que había olvidado o voluntariamente rechazado.
Nuestro libre albedrío nos obliga a escoger entre los titubeos del intelecto o las directivas divinas de nuestra gran presencia “Yo Soy”. Jamás la presencia se impone. Espera ella que la invitemos a tomar posesión de su templo. Cuanta más alegría pongamos en la aceptación de nuestra presencia “Yo Soy”, más rápidas serán las manifestaciones de su poder. La aceptación de la presencia debe ser firme.
Debe fijarse la atención en la presencia todo el tiempo y con la intensidad suficiente para despojar al yo externo de todas sus pretensiones al poder. El yo externo no puede negar el hecho de que toda la energía que emplea, en general para crear sus propias desgracias, le es dada por la presencia “Yo Soy”.
Jamás permitan que sus ocupaciones profanas les priven del tiempo necesario para comunicarse con su divinidad, sin compartir y con la suficiente duración para darse cuenta de que su presencia los guiará hacia el verdadero servicio y los hará que hagan lo que debe hacerse. Ahí tienen la verdad en lo que concierne el verdadero servicio; “no tendrán otros Dioses que yo. Tu presencia “Yo Soy” es el primer mandamiento y el cumplimiento perfecto de le ley”.
Extracto del discurso xx de Saint Germain:
Su propia divinidad debe tomarse en consideración ante todo. Conviene darle su constante adoración. Este acto elevará su consciencia al plano en que serán fortificados y capacitados para prestar ayuda a millares de seres.
Ninguna acumulación de servicio da un provecho permanente, en tanto que la individualidad no ha aceptado primero y dado adoración a su propia divinidad, la poderosa presencia “Yo Soy”. Los que desean servir a la luz y hacer realmente el bien deben comprender esto primero.
Los estudiantes dicen: “si yo tuviera dinero, cuánto bien podría hacer”. Es una ilusión.
Cuando la unión con la presencia “Yo Soy” se haya realizado, vendrá para el servicio todo el dinero necesario y nada en el mundo puede impedirlo.
Instrucción concerniente a la diferencia entre “Om” y “I Am”
Saint Germain
La expresión oriental para “Yo Soy” es “Om”. Más o menos es lo mismo que “I Am” como significación para el mundo occidental: I Am significa “Yo Soy” en inglés.
En lo que me concierne (Saint Germain), prefiero con mucho la expresión “Yo Soy” porque esta significa claramente: “Dios en acción