LA MALDICIÓN DEL TRANVÍA 015
P. Djèlí Clark
LA MALDICIÓN DEL TRANVÍA 015
Traducido por
Rebeca Cardeñoso Viña
Corrección por
Pilar Caballero
Título original: The Haunting of Tram Car 015
© P. Djèlí Clark, 2019
Todos los derechos reservados
© de la traducción: Rebeca Cardeñoso Viña, 2021
© de esta edición: Duermevela Ediciones, 2021
Calle Alarcón, 52, 33204, Gijón
Primera edición: junio de 2021
Ilustración de la cubierta © Sofía Sanz, 2021
Corrección: Pilar Caballero
Diseño e ilustraciones interiores: Almudena Martínez
ISBN : 978-84-12319-67-5
Producción del ePub: booqlab
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo las excepciones previstas por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.
Para Nia y Nya, que se enfrentaron a un al y la vencieron. Nuestras pequeñas luchadoras.
~ÍNDICE~
CAPÍTULO UNO
La oficina en la estación de Ramsés del director de Seguridad y Mantenimiento de la Red de Tranvía estaba decorada como corresponde a alguien que ha sido ascendido, o más bien empujado por la vía del enchufismo, hasta llegar a tan segura posición. Una antigua alfombra turca con pequeños motivos geométricos azules, enjutas rojas y tulipanes dorados rodeados por una cenefa de intenso color lavanda. Un cuadro pintado por uno de esos nuevos faraonistas abstractos, con sus formas irregulares, sus manchas y sus colores vivos que nadie entiende de verdad. Por supuesto, una fotografía del rey enmarcada. Y algunas novelas estratégicamente colocadas de los más recientes escritores de la escuela de Alejandría, con tapas de cuero que parecían no haber sido abiertas desde el día en que las habían comprado.
Por desgracia, observó el agente Hamed Nasr con la mirada meticulosa del detective, los artificiales intentos de buen gusto del director se veían engullidos por la tediosa rutina impuesta por la burocracia al funcionario medio: planos de la red de tranvía y horarios de líneas, diagramas mecánicos y planes de reparaciones, circulares e informes, se amontonaban unos sobre otros cubriendo las descoloridas paredes amarillas como escamas de un dragón en descomposición. Aleteaban despreocupadamente bajo el aire de un ventilador oscilante de cobre, cuyas aspas repiqueteaban en su interior como si tratasen de escapar. Y, de alguna manera, a pesar de todo, el ambiente era sofocante, hasta el punto de que Hamed tenía que hacer un esfuerzo para no tirar del cuello recto de su camisa blanca, agradecido al menos de que el uniforme oscuro que llevaba ocultara cualquier marca de sudor en el persistente calor del final del verano en El Cairo.
El propietario de la oficina estaba sentado en una silla de respaldo alto, tras un escritorio barnizado de color café. La mesa se veía desgastada, y una pequeña grieta subía por una de sus patas donde la madera se había astillado. Pero su dueño se había preocupado por pulirla, de modo que brillaba bajo la luz de la solitaria lámpara de gas que parpadeaba en la habitación sin ventanas. A él no parecía molestarle el ambiente insoportable. Como su ruidoso ventilador, continuaba parloteando, impasible.
—Es curioso que lo llamemos red de tranvía —recitó. Mantenía el dedo levantado bajo una llamativa nariz que prestaba cobijo a un bigote tocado por las canas, cuyas puntas engominadas se enroscaban hacia arriba. Hamed estaba pasmado ante la pomposidad de aquel hombre: se comportaba como si estuviera leyéndoles la cartilla a estudiantes de primer año de universidad, en lugar de hablando con agentes del Ministerio de Alquimia, Encantamientos y Entidades Sobrenaturales—. Si te paras a pensarlo, en realidad es un teleférico —continuó con su perorata—. Los tranvías se desplazan a lo largo de una sola línea de cable. Pero nuestros vagones se mueven de forma independiente, igual que los teleféricos, a lo largo de cualquier línea, incluso pueden cambiar de línea en algunos puntos concretos como los trenes. El teleférico original se inventó en Londres en la década de 1880. Pero, una vez que nuestros djinn se hicieron con la idea, los mecanismos se volvieron mucho más elaborados.
—¡Es absolutamente fascinante, director Bashir! —exclamó el joven sentado al lado de Hamed.
En realidad, con veinticuatro años, solo era cuatro más joven que él. Pero su cara morena, tan redonda y limpia bajo el rojo fez del Ministerio, recordaba a la de un muchacho. En ese momento estaba cautivado por la historia, a la que prestaba toda su atención con auténtico interés.
—¡Desde luego! —La cabeza del director se sacudía de arriba abajo como un muñeco de cuerda, entusiasmado con su audiencia—. La gente sabe muy poco sobre cómo funciona el medio de transporte que conecta casi todo El Cairo. Eso sin mencionar los planes de futuro. Una ciudad con más de dos millones de habitantes, y creciendo, va a necesitar obras importantes para seguirle el ritmo a su población. —Alcanzó un plato de bronce que había sobre el escritorio y se lo ofreció con un movimiento brusco—. ¿Más sudjukh, agente Onsi?
El joven se lo agradeció mientras cogía con fruición un puñado más de golosinas, una amalgama marrón de almíbar solidificado y nueces con sabor a clavo y canela. El director dirigió el plato hacia Hamed, que lo rechazó con educación. Llevaba varios minutos luchando por sacarse una de aquellas cosas de entre los dientes.
—¡Delicioso! —dijo Onsi, ronchando un buen bocado—. ¿De dónde dijo que eran, director?
—¡De Armenia! —contestó el hombre con una sonrisa, remarcando la palabra—. Estuve de visita el año pasado en un viaje oficial con la Agencia de Transportes. El Gobierno tiene la esperanza de que una mayor modernización refuerce la estabilidad de la república, tras tantas dificultades