Pero cuidado: que no intenten los humanistas, como ocurrió durante finales de los años setenta y gran parte de los ochenta, hacer un triste remedo o, peor aun, mostrar un complejo de castración al tratar de impostar los acercamientos de la ciencia al ejercicio de la crítica literaria adaptando dudosas metodologás e intrincadas jergas seudocientíficas que aspiran a travestir a las humanidades con las herramientas de las ciencias. Es tan grave como si los científicos buscaran iluminar sus teorías exclusivamente a partir de la sensibilidad y la subjetividad. La poesía de un descubrimiento científico se revela a través de lo riguroso de su metodología; cuando los científicos admiran la elegancia de una teoría o de un teorema generalmente se refieren al carácter conceptual, deductivo, a la claridad, a la economía, a la sagacidad intelectual y a la parte inobjetable de sus procedimientos para llegar a tal o cual conclusión.
En el campo de las humanidades, en cambio, las mejores aportaciones se dan mediante el proceso de la lectura, de la escritura y del pensamiento, en la reflexión moral, estética, metafísica y epistemológica, en la sensibilidad y originalidad de las ideas, en los elementos subjetivos pero significativos que nos permiten interpretar y recrear una obra para iluminar nuestra percepción del mundo. El poder y la fuerza de la literatura, del arte y de la filosofía están constituidos fundamentalmente a partir del manejo de diversos códigos y de su utilización como herramientas para descifrar el universo en que vivimos, como han dejado constancia los grandes filósofos y poetas de todas las grandes civilizaciones de la cultura occidental. Las humanidades forman parte de un conocimiento sustancial y complementario al del área científica y acaso una rama como la de la “ciencia ficción” represente una de las muchas posibilidades de que el acercamiento entre las dos culturas llegue a ser posible.
En lo personal me parece que la virulenta reacción de Leavis frente a la conferencia de Snow fue excesiva, no al rebatir sus ideas en torno al tema de “las dos culturas” sino en lo que toca a la saña y la descalificación a la persona y a la obra literaria de Snow. Los posibles errores o excesos cometidos por Snow no justifican en modo alguno el tono. No obstante, esta polémica representa un ejemplo muy interesante de un tipo de debate cuyo carácter paradigmático y coyuntural hace muy difícil llegar a una conclusión única e inamovible.
Una de las aportaciones más interesantes de la polémica Snow-Leavis dentro de la colección de Pequeños Grandes Ensayos es servir como un recordatorio de la vigencia que siguen teniendo las llamadas “dos culturas” dentro del desarrollo de nuestra Universidad y de nuestra sociedad en general y propiciar, en la medida de lo razonable, un mayor acercamiento entre estos dos mundos sin necesidad de que por ello se intente colocar a una de esas dos culturas por encima de la otra.
Hernán Lara Zavala
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