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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
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28001 Madrid
© 1998 Kim Lawrence
© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Hijo secreto, n.º 1052 - febrero 2021
Título original: The Secret Father
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
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Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
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I.S.B.N.: 978-84-1375-107-8
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Capítulo 1
SAM Rourke miró, una a una, las mesas del restaurante. Reconoció e intercambió saludos con varios miembros de la profesión.
Había tres mujeres solas y ninguna de ellas se parecía a la divina Lacey.
Habló con el propietario del restaurante, quien se había materializado como por arte de magia, y descubrió que la única mujer que no lo miraba era la que él había ido a buscar.
De hecho, era la única persona en toda la sala que no tenía los ojos clavados en él.
«Necesita que todo el mundo lo mire», pensó Lindy.
Obvio la presencia de Sam Rourke y miró la reloj. Su hermana llegaba tarde. Claro que ya era legendaria la falta de puntualidad de su hermana.
–¿Doctora Lacey?
Lindy dirigió la mirada hacia la voz que había interceptado sus pensamiento.
Como mucha gente en el mundo, había visto con frecuencia aquella cara en la gran pantalla. Antes de oír su voz, ya se había preparado para una notable decepción. Como todo el mundo sabía, las luces y el maquillaje solían hacer milagros.
Sam Rourke, sin embargo, no tenía nada que agradecer al artificio. Tenía unas largas y espesas pestañas que enmarcaban unos ojos de color zafiro, labios sensuales, esculpidos con toda delicadeza, la mandíbula angulosa y bien dibujada…
–Señor Rourke –dijo ella, como si estuviera más que acostumbrada a encontrarse con estrellas internacionales a la hora de la comida.
–Hope no ha podido venir –sin esperar la correspondiente invitación, se sentó frente a ella–. Me pidió que viniera en su lugar y le enseñara el camino a su casa.
Así que Sam Rourke sabía dónde vivía su hermana. ¡Qué curioso! Lindy no pudo evitar especular sobre la relación que podría haber entre su hermana y Sam Rourke. No le había contado nada sobre él, más allá de explicarle que era coprotagonista y director de la película en la que llevaban trabajando desde hacía dos meses.
Lindy no sabía si debía o no leer más allá en el hecho de que él supiera su dirección.
Lo que estaba claro era que Sam Rourke y Hope podía ser una pareja muy llamativa y que a ninguno de los dos le vendría mal aquella publicidad.
–No me gustaría… –comenzó a decir ella, poco contenta con la perspectiva de tener que compartir mesa con aquel hombre.
Ya había cometido una vez el error de dejarse seducir por un hombre atractivo. Aquel desengaño había hecho que desconfiara de los hombres guapos.
–¿Ha pedido ya lo que quiere? –miró el menú–. La langosta suele estar buenísima. ¿Cómo está hoy, Albert?
El maître había aparecido por arte de magia a su lado. Sin esperar respuesta, Sam Rourke continuó.
–Tráenos dos.
–Me da alergia el marisco.
–¡No puede ser! –exclamó Sam.
–No, no puede ser, de hecho, no es así –respondió ella–. Pero podría haberlo sido.
–Gracias, Albert –el camarero se marchó.
–No recuerdo haberle pedido, en ningún momento, que se sentara conmigo.
Sam la observó detenidamente. Era la primera vez que se fijaba realmente en ella.
No era una de esas bellezas llamativas. Tampoco hacía nada para que lo fuera. Su atuendo era neutro y sencillo. Pero tenía unas bonitas facciones, dulces y delicadas, y un cuerpo realmente hermoso. El cuello largo y delgado era tremendamente tentador.
–No soy muy bueno en eso de los buenos modales.
–Yo sí –respondió ella con total clama–. Ayuda a evitar malentendidos.
Inmediatamente después de decir aquello, Lindy pensó que debería haber mantenido la boca cerrada. Aunque