Los otros equipos eran más atléticos.
Pero vencimos a la mayoría de ellos. Llegamos a los cuartos de final en los playoffs.
Éramos combativos. Johnny nos mostró cómo serlo.
Indudablemente, ya sea que usted sea de la generación de la postguerra, de la Generación X o un millennial, ha visto el legendario filme Rudy. Basado en una historia verdadera, Rudy Ruettiger fue un chico disléxico, que pesaba menos de lo apropiado, quien pertenecía a una familia de fanáticos del fútbol americano de Notre Dame. En la casa de los Ruettiger no había mayor lealtad que a los Fighting Irish. Después de la graduación de la preparatoria, debido a sus bajas calificaciones —seguramente debido en gran parte a su dislexia— la solicitud de ingreso a la Universidad de Notre Dame fue negada.
Pero inclusive si hubiera sido aceptado, ¿cuáles eran las probabilidades de que un chico de 5’6” y 160 libras (1.68 m y 73 kg) de Joliet, Illinois, fuera a jugar fútbol para los poderosos Irish? Todo estaba en su contra. Rudy no se rindió. Ignoró las convenciones. Asistió al cercano centro de estudios superiores Holy Cross y fue aceptado en Notre Dame dos años después. No sólo eso, y usted ya sabe lo que sucede en la historia, la combatividad de Rudy fuera del campo se trasladó al campo, así como Rudy con el uniforme de sus sueños de la infancia, a prueba.
De modo que, sin duda usted se pregunta cómo se ve una iglesia combativa. Echemos un vistazo.
IGLESIA COMBATIVA: EL PODER DE DIOS EN ACCIÓN
Combativa.
Enérgica.
Tenaz.
Determinada.
Obstinada.
Persistente.
Ya se dio una idea.
Estas iglesias tienen líderes y miembros que se rehúsan a rendirse. Al contrario, tienen gente en la congregación que realmente cree que los mejores días de la iglesia están en el futuro cercano. Seguro, tienen sus frustraciones. Pero ven el poder de Dios obrando cada semana en su iglesia. Están emocionados tanto por el presente como por el futuro. No ven las limitaciones; ven las posibilidades de Dios.
Kent es un pastor en el norte del estado de Nueva York. Siete años atrás fue advertido por muchas personas que no considerar ir a la iglesia. Pero decidió escuchar a Dios en vez de a los detractores. ¿Ve? Ken habló con varios de los miembros mientras consideraba su llamado a pastorear la iglesia. Sus palabras son memorables, si no es que poderosas.
“La iglesia iba en picada”, comenzó. “En sus supuestos días de gloria, la asistencia casi alcanzaba. 300 personas. Cuando comencé a hablar con la iglesia, era de cerca de 100”.
Luego Kent comenzó a hablar con algunos de los líderes. Quedó sorprendido. Totalmente sorprendido.
Beth había estado en la iglesia por más de cuarenta años. “Comenzó a compartir las oportunidades de conectarse con la comunidad. Ella conocía a todos, y tenía un plan para cómo la iglesia podía ministrarles”, dijo Ken. “Su visión era poderosa y persuasiva”.
Tuvo otra increíble conversación con Milt. Él había estado en la iglesia por menos de tres años, pero Milt estaba muy emocionado con las posibilidades. “Milt realmente entendía a vecindario que rodeaba a la iglesia”, nos dijo Ken. “Podía no ser un experto en demografía, pero tenía un sentido intuitivo acerca del área más cercana. Yo podía ver a Dios obrando en sus ideas”.
“Ok, Kent”, preguntamos, “¿había algunos pesimistas en el montón? Después de todo, la iglesia había disminuido casi el 70 por ciento. ¿Todas las conversaciones fueron tan prometedoras?”
Kent soltó una risita. “Por supuesto que no. Había mucha gente derrotada en la iglesia. Había algunos que me dijeron abiertamente que probablemente la iglesia no sobreviviría. Sí, los optimistas eran la minoría, ¡pero eran una minoría alimentada por el poder de Dios!” Una minoría alimentada por el poder de Dios. Tiene que encantarle eso.
Supongo que usted puede esperar escuchar acerca del cambio radical de esta iglesia. Bueno... no exactamente. Escuche a Ken contar la historia:
“Los primeros tres años fueron muy duros”, dijo francamente. “Tengo muchas heridas emocionales de esos primeros días. Pero Dios no iba a dejar morir la visión que teníamos. Para el cuarto año comenzamos a ver una verdadera transformación. Ahora en mi octavo año, somos realmente una fuerza del reino en nuestra comunidad. Somos casi tan grandes como la iglesia en sus mejores días, aproximadamente con una asistencia de trescientos. Pero nuestro cambio radical es más que números. Es mucho más que números”.
Podríamos detenernos en la historia de Ken el resto de este libro, pero tenemos un propósito mayor. Queremos que escuche de cientos de iglesias combativas. Queremos que vea lo que Dios está haciendo en lugares en los que la mayoría se han rendido. Queremos que escuche la historia colectiva en lugar de una pieza aislada de esperanza aquí y allá.
Antes de que avancemos, miremos el “antes y después” de las iglesias combativas. Veamos seis de las increíbles transiciones que han hecho, transiciones que desafían la sabiduría convencional que decía que no se podían hacer.
TRANSICIÓN 1: DE LAS EXCUSAS A LA RESPONSABILIDAD
Fred sirve en una iglesia cerca del área metropolitana de Dallas. No hay falta de gente en el área. Pero Fred admite que comenzó su liderazgo en la iglesia con una tonelada de excusas.
“No me di cuenta de lo motivado que estaba por las excusas”, nos dijo Fred.
“Por unos pocos meses estaba muy entusiasmado por mi oportunidad de liderazgo. La iglesia estaba en el interior de un antiguo vecindario, y había disminuido de una asistencia de 275 a 130 en los diez años anteriores. Supongo que pensé que podía ir y dirigir un cambio radical. Nunca había servido como pastor principal de una iglesia, siempre en otro puesto del personal. Y era lo suficientemente arrogante para creer que podía hacer las cosas mucho mejor que los pastores bajo los cuales había servido y que todos los pastores que me habían precedido en mi iglesia”.
Hizo una pausa. “Pero estaba equivocado”, admitió Fred. “Totalmente equivocado”.
La iglesia tuvo un pequeño aumento de asistencia en casi seis meses, luego retomó su patrón de descenso.
¿Y cómo respondió Fred?
“Excusas”, dijo categóricamente. “Un montón de excusas”.
Comenzó a reflexionar en las excusas. “No podía competir con las iglesias más grandes. Esa fue mi primera excusa. Seguro, tenían más programas que ofrecer de los que nosotros teníamos. Escuché eso específicamente de miembros que se habían ido. Se fueron donde estaba la acción”. Continuó, “mi siguiente excusa fue mi vecindario”.
Estaba en una transición en dos sentidos. Primero, mayormente había habido una transición a familias con menor ingreso que los miembros de la iglesia. Casi todos lo que asistían conducían varias millas para llegar a la iglesia. En segundo lugar, algunos de las casas se estaban vendiendo a familias de mayores ingresos que las estaban remodelando. Más tarde aprendería que el nombre de esa transición se llama gentrificación”.
De modo que la iglesia de Fred había visto a los residentes de bajos ingresos mudarse al vecindario por varios años. Luego una nueva tendencia se desarrolló en la que los residentes de mayores posibilidades estaban poblando el área. “Está bien”, afirmó, “Tenía excusas por ambos lados. Al principio, no podía alcanzar a los residentes de bajos recursos, luego no podía alcanzar a los de altos recursos. Me estaba haciendo la víctima del síndrome de Ricitos de Oro. No tenía oportunidad a menos que el ingreso de los residentes fuera ‘el correcto’”. La iglesia ahora ya está en un camino saludable. Sí, la congregación