–No quiero dejarte en la estacada esta noche.
–Sé que eso no sucederá.
Fabian volvió al salón contiguo y se acercó a los ventanales. Los preparativos para el concierto estaban en plena marcha. Contempló distraídamente el ajetreo que había en los jardines mientras sentía una punzada en el corazón al pensar en los devastadores efectos mentales y físicos que debió de sufrir Laura a causa del accidente.
No debería haberla presionado con el tema de los vestidos… y no lo habría hecho si hubiera sabido que era tan reticente. Sin embargo, y a pesar de sus cicatrices, estaba preciosa con aquel elegante vestido rojo. Sería una esposa ideal para él. Ni ostentosa, ni avariciosa, sino recatada, generosa y serena. Podría llevarla a cualquier sitio. Tal vez, con el tiempo incluso podrían llegar a ser amigos. Reacio a recordar el marido que había perdido, se negaba a considerar la posibilidad de que pudiera rechazar su oferta por temor a que un nuevo matrimonio acabara también en desastre.
Laura había dicho que el matrimonio debía implicar mucho más que la mera lógica. Era evidente que se trataba de una mujer capaz de experimentar profundas pasiones, y Fabian no estaba seguro de que fuera a sentirse satisfecha con la clase de acuerdo sin amor que le estaba proponiendo, por muchos beneficios que le aportara.
Apretó la mandíbula y apartó de su mente la inquietante posibilidad de que fuera a rechazar su proposición.
Un par de horas antes del concierto, cuando por fin habían dejado de sonar los teléfonos y se habían dado los retoques de última hora, Laura estiró los brazos por encima de su cabeza y gimió. Los músculos de su cuello y hombros se contrajeron dolorosamente, testimonio de la tensión que había ido acumulando a lo largo del día.
Todo había empezado con la prueba de los vestidos de Dante Pasolini, cuando se había hecho consciente de que ya no iba a poder ocultar sus cicatrices por más tiempo. Nunca se había sentido más vulnerable ni asustada en la vida. Pero el modisto había demostrado ser un hombre sensible y encantador, y cuando Fabian la había visto no había tenido la reacción de repulsa que ella había temido. De hecho, lo que había visto en sus ojos había sido compasión. ¿Cómo era posible que un hombre capaz de demostrar aquella admirable cualidad profesara tal desprecio por el amor? Era obvio que lo que le había hecho su esposa lo había vuelto profundamente cínico y desconfiado y ya no confiaba en su corazón.
Pero la inquietud de Laura no se debía sólo al hecho de tener que presentar a los intérpretes de aquella noche y actuar como anfitriona para Fabian, sino a que había prometido dar a éste una respuesta definitiva sobre su proposición de matrimonio. Era posible que él quisiera tratar el tema como un asunto de negocios, pero, cada vez que pensaba en ello, Laura sentía que el estómago se le llenaba de mariposas del tamaño de pequeños helicópteros.
–Laura… ¿por qué sigues aún en el despacho? ¡Deberías haber terminado tu trabajo hace media hora! Es hora de prepararse.
Fabian había entrado en el despacho descalzo, como tenía por costumbre cuando estaba en casa y, absorta con sus propias preocupaciones, Laura no le había oído entrar.
–Sólo estaba ocupándome de unos detalles de última hora –dijo–. Un par de invitados han perdido sus invitaciones y algunos han llamado para que les diera alguna indicación de cómo llegar a la villa.
Pero Fabian apenas parecía estar escuchándola. En lugar de ello la miró con expresión taciturna.
–Estás demacrada. Pareces cansada y tienes ojeras.
–Estaré perfectamente en cuanto me duche. ¡Te sorprenderían los milagros que puede hacer el maquillaje!
Fabian ignoró su intento de humor y frunció el ceño.
–Es obvio que estás demasiado tensa. Esta mañana has pasado una dura prueba, aunque yo pretendía que fuera un placer para ti.
Sin esperar a que Laura dijera algo, Fabian rodeó su silla y deslizó las manos bajo su pelo, tras su cuello. Con suavidad, pero con firmeza, empezó a masajearle los músculos. Su tacto era seda y terciopelo, lluvia de verano y ardiente sol, todo unido. Laura se dejó llevar unos instantes por el placer casi insoportable que estaba experimentando. Pero de pronto recuperó la cordura y se dijo que no debía permitir que Fabian la tocara así. Era algo demasiado íntimo y podía enturbiar su capacidad de tomar decisiones racionales en lo referente a él.
–Tienes que parar –dijo a la vez que apoyaba una mano sobre la de él para retirarla de su cuello.
–¿Por qué?
–¡Porque me estás confundiendo hasta tal punto que apenas puedo recordar mi nombre!
Al ponerse en pie, Laura se encontró a escasos centímetros del pecho de Fabian. Estaba sonriendo, y aquello la confundió aún más. Con su camisa blanca ligeramente arrugada, sus vaqueros, su piel bronceada y su pelo dorado como el sol, era la clase de fantasía con la que jamás habría soñado que entraría en contacto.
–¡No, Fabian!
–¿Qué he hecho? –preguntó él con aparente inocencia.
«Me estás llevando por un camino por el que me asusta avanzar», contestó Laura en el silencio de su mente. «Sin embargo, cada vez que me sonríes, la tentación de seguir se vuelve más y más irresistible».
–Sólo estoy aquí para trabajar para ti, y tú me estás tratando de un modo mucho más… personal.
–Te he pedido que te cases conmigo… ¿recuerdas?
–Pero el matrimonio en que estás pensando no es precisamente auténtico.
–¡Será legal y auténtico! –replicó Fabian, que pareció momentáneamente ofendido.
Laura pensó que aquél no era el momento adecuado para discutir el asunto y suspiró.
–Ya sabes a qué me refiero. Pero supongo que no tenemos más opción que esperar hasta después del concierto para hablar de ello. Será mejor que vaya a prepararme para la tarde.
–Antes de eso creo que necesitas un masaje. Tienes los músculos de los hombros y del cuello totalmente agarrotados. Y quiero que esta noche estés lo más relajada posible para que disfrutes de la ocasión, no para que la temas.
Aquellas palabras inquietaron a Laura.
–¿Tú la temes, Fabian? –preguntó con suavidad.
–¿Qué quieres decir?
–No he podido evitar notar que no te sientes especialmente emocionado ante la celebración del concierto… sin embargo, tu afán por ayudar a los niños de la residencia médica es incuestionable.
El comentario de Laura pareció dar en la diana.
–Eres una mujer muy perspicaz –dijo Fabian, cuya mirada se volvió aún más intensa de lo habitual–. No puedo negar que la organización de este concierto implica ciertas dificultades personales para mí. Pero éste no es el momento adecuado para hablar de ello, cuando estamos a punto de recibir a los invitados.
–Lo entiendo.
–Ven conmigo –Fabian tomó a Laura de la mano y la condujo hacia la puerta.
–¿Adónde me llevas?
Fabian no contestó y Laura no tuvo más remedio que dejarse llevar a lo largo de pasillos y vestíbulos en los que no había estado antes, hasta que bajaron unas escaleras de mármol que llevaban a un completo gimnasio con piscina cubierta incluida.
Acababan de entrar cuando un hombre joven salió por una puerta lateral. Vestido con una ceñida camiseta blanca y pantalones cortos, moreno, musculoso y de pelo rizado y negro, no aparentaba más de veinte años.
–Hola, Giuseppe –Fabian palmeó amistosamente el brazo del joven sin soltar la mano de Laura–. Te presento a Laura, que está sustituyendo a Carmela durante unos días–.