Se estaba haciendo tarde y muchos invitados se estaban yendo. Uno de sus cometidos como dama de honor era asegurarse de que no les faltara nada a los invitados que iban a quedarse a pasar la noche.
–Estupendo, iré a por mis cosas.
Le dio un beso en los labios, algo que le sorprendió, puesto que todavía no se habían besado. La noche en que habían tomado su primera copa juntos había acabado como había empezado, con un beso en la mejilla.
–Eh, Natasha –dijo antes de subir corriendo la escalera.
Gia cerró los ojos. Aquella diosa rusa había presenciado el beso. Se volvió y no le sorprendió ver que Jayson estaba allí también.
–Nosotros también vamos a quedarnos –comentó Natasha a Gia.
–Qué bien.
–Sí, es muy emocionante –dijo Natasha sin percatarse de la ironía de Gia–. Voy a refrescarme, pero todavía no me voy a la cama. Quiero seguir bailando.
Hizo a Jayson a un lado y luego subió la escalera.
–¿Lo estás pasando bien? –le preguntó Gia en tono apagado.
–Me encantan las bodas –respondió él metiéndose las manos en los bolsillos de los pantalones.
Se había quitado la chaqueta y la pajarita. Llevaba los primeros botones de la camisa blanca desabrochados y las mangas subidas hasta los codos.
Estaba muy guapo. Rara vez no lo estaba.
–¿Dónde está tu habitación? –preguntó Jayson.
–Al fondo.
La de Denver estaba en diagonal con la suya, pero no le iba a dar tantos detalles.
–¿Y la tuya?
–Estamos en la mitad del pasillo.
Jayson le dirigió una mirada significativa y Gia habría jurado que era porque estaba pensando en la habitación donde se habían quedado la última vez que habían visitado la mansión de sus padres. Al menos, a ninguno de los dos les habían asignado esa habitación.
Aun así, no le gustó que hablara en plural. Eso significaba que iba a meterse en la cama con Miss Rusia.
–No es tu tipo –dijo Gia, tratando de parecer indiferente.
Lo cierto era que sentía curiosidad. No lo había visto con nadie desde que se habían divorciado.
–No tengo un tipo.
El tipo de ella solía ser moreno, fuerte y guapo, con barba de días, pelo muy corto y ojos muy azules. Pero eso había sido mientras había estado enamorada de Jayson. Ya no lo estaba.
Cuando se había casado con él, pensaba que la entendería, que le permitiría ser ella misma y encontrar su propio camino. En vez de eso, había intentado acorralarla y protegerla, de la misma forma que su padres y sus hermanos.
–Yo tampoco tengo un tipo.
–¡Coop! ¡He encontrado esto en nuestra habitación!
Natasha corrió escaleras abajo, agitando unas maracas que los Knox habían traído de un viaje familiar a Puerto Rico. Gia se sintió enfurecer. Aquella mujer no sabía respetar lo que no era de ella.
–¡Eh! –exclamó levantando la voz–. Eso que llevas…
–Tiene que volver donde estaba –la interrumpió Jayson, quitándole las maracas a Natasha y dándoselas a Gia.
Mientras se alejaba con su cita, Gia le oyó decirle que encontrarían otra manera de entretenerse en la pista de baile.
Y seguramente también en la cama que iban a compartir, pensó Gia mientras subía la escalera.
–Vaya choza.
Denver estaba cerrando la puerta de su habitación y se encontró con ella en mitad del pasillo.
–¿Para qué sirve eso? –preguntó al ver las maracas.
–Para nada –dijo Gia y lo empujó para que se hiciera a un lado.
–Cambio de planes. Vamos a dormir juntos.
Salió cargando con la mochila de Denver y abrió la puerta de su habitación. Él la siguió, confundido.
–¿Juntos?
–Sí –dijo dejando la mochila sobre su cama–. Juntos.
Denver le dedicó una sonrisa amplia y desenfadada.
–Mola.
–Pero quiero seguir bailando.
No fue la pronunciación de Natasha lo que incomodó a Jayson, sino el tono quejumbroso con el que pronunció aquellas palabras.
Era una mujer muy guapa y muy segura de sí misma. Era educada y sociable. No bebía alcohol y se dirigía a todo el mundo con cortesía. Pero…
Le gustaba llamar la atención y no se separaba de él, y eso lo estaba volviendo loco.
Había bailado sin parar con ella y ya estaba harto.
–Natasha, he dicho que no –dijo y le soltó la mano del brazo.
Ella frunció el labio superior, lo que no le restó ni un ápice de atractivo.
Jayson esbozó una sonrisa tolerante y suavizó el tono de su voz.
–Si no me fumo un puro con Brannon se va a enfadar.
–Ningún puro va a tocar esta boca.
–Será solo uno –dijo él, aunque lo que realmente quería decir era que le daba igual.
No había ni pizca de química entre ellos, pero se le había pasado por la cabeza acostarse con ella aunque solo fuera por quitarse de la cabeza a su exesposa y aquel vestido corto tan escotado que llevaba.
Probablemente Denver ni se había fijado.
–Nada de besos –sentenció Natasha antes de escabullirse.
La banda empezó a tocar una canción con ritmo y se agarró a un caballero maduro con el que empezó a bailar. A Jayson le sonaba aquel tipo de alguna reunión de la junta directiva. Parecía disfrutar más que él bailando, pero le daba igual.
Fuera, se encontró a Bran formando un círculo con unos cuantos más del trabajo.
–Ahí está –dijo Bran y le ofreció un puro–. ¿Dónde está tu modelo? ¿Ya se ha dado cuenta de que eres un perdedor y te ha dado una patada en el culo?
–Está bailando.
–¿Qué hace Gia con Denver Pippen? –preguntó Bran con el puro entre los labios–. ¿De qué va eso?
Jayson encendió su puro y aspiró.
–Ya me gustaría saberlo.
–Hace un rato que no los veo. ¿Se han marchado ya?
Jayson apretó los dientes.
–Creo que van a quedarse.
Sabía perfectamente que iban a quedarse en la habitación del fondo del pasillo. La había visto subir un rato antes. Si estaba en la habitación con Denver, podía imaginarse lo que estarían haciendo en aquel momento.
No debería importarle, pero con Gia siempre le salía el instinto de protegerla. Denver parecía inofensivo. Aquella estrella del deporte probablemente se hacía más daño a sí mismo del que haría a cualquier otra persona. Pero había que recordarle a Gia que no necesitaba bajar tanto el listón en la escala evolutiva para conseguir una cita.
–Eso parece.
Bran desvió la mirada hacia el segundo piso de la casa, en donde había varios dormitorios con la luz encendida. El hermano de Gia no iba a comentar nada sobre Denver y ella, y Jayson lo entendía.