Las Excusas y una Mentalidad de “Víctima”
Otra actitud que pareciera invadir a las iglesias que están enfermas o que se están muriendo es la que dice: “Nunca funcionará aquí porque…” Los líderes y miembros ya cuentan con una lista bien ensayada de razones por las que no resultaría una idea de un nuevo ministerio. Dos razones clásicas son las siguientes: “Ya lo hemos intentado antes” y “Va a costar demasiado dinero”, pero otras pudieran ser “Ha cambiado el vecindario”, “Nuestro edificio está en el lugar equivocado”, o “Esta es una comunidad difícil, donde nadie asiste a ninguna iglesia.” La iglesia se ha convertido en algo similar a un equipo de deportes que ha perdido todos sus partidos durante diez años y ya cuenta con una lista de excusas para las derrotas que espera tener en la siguiente temporada.
La hipótesis detrás de esas excusas es que la iglesia es la víctima de algún factor externo, la que le está impidiendo ser grandemente usada por Dios. Ya sea la falta de dinero, un lugar difícil, o lo que sea, existe una leve pero peligrosa mentalidad que la iglesia está condenada a la mediocridad o al fracaso por causa de sus circunstancias. Estas iglesias no tienen ninguna verdadera esperanza porque se están dejando dominar por las circunstancias negativas, un problema que la Biblia dice que debemos tratar de evitar a toda costa. (cf. Santiago 1:2–4). En realidad, las Escrituras nos enseñan que incluso nuestras debilidades permiten que Dios obre en y a través de nosotros. Considere lo que el apóstol Pablo dice en 2 Corintios 12:8–10:
… respecto a lo cual tres veces he rogado al Señor, que lo quite de mí. Y me ha dicho: Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad. Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo. Por lo cual, por amor a Cristo me gozo en las debilidades, en insultos, en necesidades, en persecuciones, en angustias; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte.
Los creyentes de Uganda en África, ilustran bien este punto. He tenido el privilegio de ministrar el evangelio durante seis viajes a ese país, sin embargo, nunca olvidaré mi primer viaje. Fue a mediados de la década de los años ochenta, no mucho después que la Guerra de Idi Amin por el poder y el reino del terror abandonaron a la nación y su gente en una miseria abominable. Entre las víctimas de esa época se encontraban muchos miles de creyentes cristianos quienes fueron torturados y muertos por su fe. Mientras me encontraba allá en ese primer viaje, por cierto, el nuevo régimen descubrió los cadáveres de quinientos cristianos que habían sido usados como relleno y pavimento para construir un camino. La inflación de la economía en Uganda en ese tiempo se encontraba entre el 600 y el 800 por ciento, y la gente vivía bajo la ley marcial con el constante temor de una nueva guerra o del surgimiento de un nuevo dictador que robara sus terrenos.
No obstante, hubo (y en realidad todavía existe) un gran movimiento de Dios en medio y a través de las iglesias en Uganda. Recuerdo que se me pidió que predicara un día en una catedral que había sido bombardeada, y luego volver a predicar una vez que hubiera terminado. ¡Después se me volvió a pedir que predicara otra vez! Les dije: “¿Quieren que predique más? Ya lo he hecho dos veces.” Por medio del intérprete me respondieron: “Sí, por favor, hoy hemos caminado muchas horas.” Fue así que buscando entre las páginas de mi Biblia encontré algo para enseñarles, ¡porque estaban tan deseosos de escuchar la Palabra de Dios! Les predicaban a sus amigos, incluso durante mis cortas visitas, vi venir a cientos de personas a Cristo.
Por lo tanto, en medio de gran persecución y dificultades prosperaban las iglesias en Uganda. No se consideraban víctimas sin esperanzas ni usaban sus circunstancias como excusa para la derrota. De la misma manera, muchas iglesias en nuestro país necesitan darse cuenta que Dios es capaz de darles nueva vida, sin importar cuán sombrías parezcan sus perspectivas ahora.
Es tan fácil crear excusas, las que se pueden convertir en tal hábito, que podemos engañarnos a nosotros mismos, perdiendo así el contacto con la realidad. Una vez hablé con los líderes de una iglesia que querían vender su edificio y cambiarse a otro lugar porque, decían: “Ya no podemos ministrar más acá.” Sus razones se basaban en que la comunidad había cambiado con el paso de los años. Decían: “Antes podíamos alcanzar a la comunidad porque eran personas como nosotros pero ahora son todos hispanos.” Les pregunté cómo sabían eso, me respondieron que una iglesia de habla hispana les arrendaba su edificio los domingos en la tarde y que tenían una asistencia de más de cuatrocientas personas. La iglesia dueña del edificio, por otra parte, tenía aproximadamente cuarenta personas los domingos en la mañana.
No obstante, revisamos los registros del censo y encontramos que la comunidad alrededor de la iglesia estaba compuesta en realidad por un 88 por ciento de angloamericanos, ¡y que menos del 12 por ciento era hispano! Por lo tanto, le dije a la iglesia: “Les tengo buenas y malas noticias.” Las buenas noticias son que el 88 por ciento de las personas alrededor suyo hablan el mismo idioma que ustedes, lo que significa que no tienen que cambiarse. Las malas noticias son que la iglesia que les está arrendando está alcanzando al otro 12 por ciento y están llenando el edificio todos los domingos por la tarde.” Les sugerí que no se preocuparan de cambiarse ahora sino que debían preocuparse de lo que estaban haciendo mal y lo que debieran hacer mejor para alcanzar a la gente con el evangelio. Yo solo esperaba que aumentara su sentido de responsabilidad ahora que su excusa había sido eliminada.
Una Mala Reputación en la Comunidad
Otro síntoma que es evidente en una iglesia que se está muriendo es la percepción que tienen otras personas alrededor de ella. Mientras más tiempo se encuentre una iglesia en decadencia, peor será la reputación y la imagen pública. La comunidad en general y las iglesias vecinas se empiezan a formar sus propias opiniones de la condición de la iglesia. Las personas que mayor daño hacen en este sentido son frecuentemente las mismas personas que se han ido de la iglesia y que se han unido a otras. Se les hace difícil dejar de compartir sus informaciones “internas” y sus “historias de terror” del por qué decayó la iglesia, la falta de recursos en la congregación, o cómo fueron maltratados por las personas en la iglesia. En realidad, como pastor, varias veces me he encontrado con gente que ni siquiera pone atención a nada de lo que digo por causa de informes dañinos que han escuchado acerca de la iglesia, los que han escuchado de otros exmiembros de la iglesia. A medida que han pasado los años, va creciendo la lista de rumores mal intencionados, lo que dificulta la tarea de la revitalización.
A veces los síntomas de la decadencia aparecen afuera de su iglesia antes que se noten adentro. Los líderes y los miembros de una iglesia pueden pensar que todo está yendo maravillosamente, sin embargo, la verdadera historia puede que se sepa en el mundo alrededor a ella, e incluso en otras iglesias. Esto me ha llevado a sugerir que los pastores y los otros líderes de la iglesia debieran preguntarles frecuentemente a otras personas fuera de ella cómo ven la congregación. Dos buenas preguntas son las siguientes: ¿Qué ha escuchado de nuestra iglesia? y ¿Cómo cree, usted, que nos percibe la comunidad? Cuando esté en la fila para pagar en la tienda de alimentos, pregúntele a la persona que está a su lado: “¿Sabe algo de la [el nombre de su iglesia]?” ¿Qué opinión tiene de ella? ¿Iría a esa iglesia?” Luego, escuche atentamente. Se necesita de valor pero puede ser de gran beneficio. Recuerde que la reputación no se escribe en nuestros boletines, sino que ¡es lo que la gente en realidad piensa de nosotros!
La Distracción del Evangelio
Este último síntoma de la enfermedad es verdaderamente el peor de todos. Generalmente las iglesias que no han logrado alcanzar al mundo alrededor de