Pedro Antonio de Alarcón
El Niño de la Bola
Novela
Publicado por Good Press, 2019
EAN 4057664110664
Índice
I.
LA MOSCA Y LA ARAÑA.
El memorable año de 1808 vivia en la Ciudad cierto cumplido caballero, huérfano, célibe, y de unos cinco lustros de edad, llamado D. Rodrigo Venegas, que se jactaba de proceder de aquel Reduan del mismo apellido, príncipe moro con vetas de cristiano, cuyo nacimiento se debió, segun ya sabreis, al dramático enlace de un vástago de la casa señorial de Luque con la hermosísima Princesa Cetimerien, descendiente del Profeta Mahoma...
Como quiera que fuese, nuestro D. Rodrigo habia heredado de sus padres mucha hacienda y un viejísimo y destartalado caseron, con honores de palacio, en cuya fachada se veian los ambiguos escudos de armas de tan esclarecida familia, pregonando antiguas hazañas que ya no iban teniendo imitadores en tierra española...; y, por resultas de todo ello, el buen hijodalgo, hombre de entero corazon y encumbradas ideas, se consumia en aquel decaido y sedentario pueblo, no sabiendo qué hacerse de sus rentas ni de su sangre, ansiosas de correr en empeños nobles y generosos.
Imaginaos, pues, el efecto que le produciria la súbita explosion de la Guerra de la Independencia. Español al fin, aunque en realidad descendiese de españoles no bautizados, empuñó seguidamente las armas contra el frances; empero, como no era hombre de contentarse con hacer lo que cualquiera otro, llegó en su patriotismo hasta equipar, armar y mantener á sus expensas, durante cuatro años, una Partida de voluntarios de caballería, al frente de los cuales se cubrió de gloria en muchas y muy célebres batallas. Consecuencia de tan relevante conducta fué que, cuando, despues de la victoria de los Arapiles y entrada de nuestros Ejércitos en Madrid, D. Rodrigo regresó á la Ciudad, á curarse su quinta herida, y sin haber querido admitir recompensa alguna del Gobierno de la Nacion, encontróse vacíos sus graneros, muertos sus ganados, sus tierras sin arar desde 1809, y talados ó arrancados de cuajo sus olivares y viñas por los vengativos soldados de Sebastiani.—Ni paraban aquí los menoscabos de su hacienda: hallóse tambien entrampado en la respetable suma de cuatro mil duros con el más rico y feroz usurero de la Ciudad (á quien habia tenido que ir pidiendo dinero desde Bailén, desde Ocaña y desde Talavera, para sostener la benemérita Partida), y en nada ménos que otros diez mil duros que importaban los réditos, y los réditos de los réditos, de aquella cantidad, segun la socorrida cuenta del interes compuesto...
Todo lo llevó con paciencia, y hasta con alegría y orgullo, el magnánimo D. Rodrigo, como habia llevado los dos balazos y las tres cuchilladas que recibiera en defensa del suelo patrio; pero no se conformaron del propio modo algunas personas de su posicion, amigas suyas y conocidas del prestamista, las cuales, por oficiosidad espontánea, pidieron á éste que rebajase algo de tan crecidos réditos «en atencion al noble destino que el bizarro Venegas habia dado al capital.»
Era el prestamista uno de aquellos hombres sin entrañas que yo no sé para qué quieren vivir ni ser ricos: no hubo, pues, manera humana de hacerle bajar un maravedí de tan exorbitante usura, ni de que comprendiese cuán merecedor era D. Rodrigo de especialísimas consideraciones.—El interpelado (que se llamaba D. Elías, y á quien el vulgo llamaba Caifás) contestó que él no entendia de patria, sino de números, y que no reclamaba ni un ochavo más de lo que le debia el gastoso caballero, segun documentos que conservaba como oro en paño; sin que valiera decir que, al firmarlos, no habia graduado su deudor á cuánto ascenderian, caso de morosidad, los intereses de los réditos caidos; pues todo aquello era el a b c de los negocios comerciales...—Resultado: que D. Rodrigo Venegas tuvo que renovar por diez años los pagarés de dichos cuatro mil duros, con aquella acumulacion de diez mil (total, catorce), y con la de otros seis mil que nadie más que D. Elías se atrevió á prestarle para repoblar olivares y viñas (total, veinte), y con la de otros cinco mil, por réditos de los veinte en el primer año (total, veinticinco)...—¡Veinticinco mil duros justos y cabales, cuando, en efectividad, sólo habia percibido diez mil!
Mucho se afanó el hijodalgo, desde 1813 hasta 1823, por ver si podia ir amortizando esta deuda ó pagar cuando ménos sus réditos anuales, en evitacion de nuevos estragos del interes compuesto; y, la verdad sea dicha, algunos años logró ahorrar de sus rentas diez ó doce mil reales, que entregó religiosamente al usurero (aunque éste nada le reclamaba