Cómo ayudar a nuestros padres sin morir en el intento
A pesar de haber puesto el máximo cuidado en la redacción de esta obra, el autor o el editor no pueden en modo alguno responsabilizarse por las informaciones (fórmulas, recetas, técnicas, etc.) vertidas en el texto. Se aconseja, en el caso de problemas específicos – a menudo únicos– de cada lector en particular, que se consulte con una persona cualificada para obtener las informaciones más completas, más exactas y lo más actualizadas posible. EDITORIAL DE VECCHI, S. A. U.
Colección dirigida por Bernadette Costa-Prades.
Si supiera que iba a morir mañana,
hoy plantaría un manzano.
Martin Luther
Traducción de M. F. Vega.
Diseño gráfico de la cubierta de Bruno Douin.
Ilustración de la cubierta de Jesús Gracia Sánchez.
Título original: Quand le caractère devient difficile avec l’âge.
© Éditions Albin Michel, S. A. – París 2016
© Editorial De Vecchi, S. A. U. 2016
© [2016] Confidential Concepts International Ltd., Ireland
Subsidiary company of Confidential Concepts Inc, USA
ISBN: 978-1-68325-008-1
El Código Penal vigente dispone: «Será castigado con la pena de prisión de seis meses a dos años o de multa de seis a veinticuatro meses quien, con ánimo de lucro y en perjuicio de tercero, reproduzca, plagie, distribuya o comunique públicamente, en todo o en parte, una obra literaria, artística o científica, o su transformación, interpretación o ejecución artística fijada en cualquier tipo de soporte o comunicada a través de cualquier medio, sin la autorización de los titulares de los correspondientes derechos de propiedad intelectual o de sus cesionarios. La misma pena se impondrá a quien intencionadamente importe, exporte o almacene ejemplares de dichas obras o producciones o ejecuciones sin la referida autorización». (Artículo 270)
Introducción
¿Nuestra madre nos atosiga cinco veces al día por teléfono? ¿Nuestro padre no deja de criticarnos? ¿Ambos se quejan de que nadie va a verlos, aunque los visitemos todos los domingos? Al hacerse mayores, el carácter de los padres a menudo se vuelve difícil. Acorralados entre el afecto que les profesamos y la irritación que nos provoca su comportamiento, a menudo nos sentimos invadidos por la culpabilidad o la rabia, malas consejeras… Verlos envejecer remueve emociones en el niño que llevamos dentro. Su deterioro físico y el abandono de la vida laboral acarrean a veces resentimiento, tristeza, ensimismamiento o pesimismo. ¿Cómo plantar cara a esta nueva situación? Este libro no presenta recetas mágicas, pues las situaciones familiares y sus interacciones son múltiples, pero al comprender mejor los resortes que están en juego en la relación que tenemos con nuestros padres, encontraremos las herramientas para reaccionar en las situaciones críticas y acompañarlos con serenidad en el camino hacia la vejez.
Capítulo 1
El momento de la jubilación
Algunos adultos pueden considerar la jubilación como el primer paso hacia la vejez. A veces sucede que, justo en ese momento, el carácter de los padres comienza a cambiar…
¡Viva la jubilación!
A menudo, cuando nuestros padres comienzan a hablar de su jubilación, es cuando nos damos cuenta de que están envejeciendo. La mayoría de las veces hablan de este momento con agrado y alivio, pues tienen la sensación de que van a lograr un descanso bien merecido, sobre todo si han desempeñado un trabajo pesado y poco valorado, o también si los últimos años de actividad han sido especialmente difíciles (miedo a no estar a la altura, lucha encarnizada de los más jóvenes que ponen a los veteranos en la puerta de salida…).
Por lo tanto, aunque estén en plena forma y griten a quien quiera escucharlos: «¡Viva la jubilación!», aunque todavía dispongan, a sus sesenta y cinco años, de un precioso tiempo por delante, no cabe duda de que esta brusca salida del mundo laboral marca una ruptura. Y, como toda ruptura, requiere un profundo reajuste. Hay un «antes» y un «después» de la jubilación…
Una etapa delicada
Cuando se ha sido fontanero, cirujano o periodista durante toda la vida, no resulta tan sencillo unirse a la gran cohorte de jubilados, una tribu que ya no tiene en cuenta su estatus precedente. En nuestra sociedad se tiende a asimilar a las personas con su profesión, a identificarlas por su oficio. La pérdida de una función social bien definida obliga a cada uno a volver a posicionarse: se pierden el poder y la gran familia que constituye el gremio de la profesión. Basta con oír hablar a los jubilados de su antiguo oficio, a menudo con orgullo, para valorar la aflicción que supone este parón en la actividad. Cuando este momento se vive en un clima de decepción y de frustración hacia la empresa, o cuando es más impuesto que planificado, las condiciones psicológicas no son muy favorables para encajarlo con serenidad. Por lo que respecta a quienes están demasiado implicados en su trabajo, sin desarrollar así otros focos de interés, no les resultará fácil verse inactivos de la noche a la mañana. Los largos días que se presentan, sin obligaciones precisas, pueden ser muy angustiosos cuando uno lleva más de cuarenta años levantándose a las siete para dirigirse a su trabajo. ¡Y ahora resulta que eso que nuestros padres han perseguido durante toda la vida ya no lo desean! En realidad, cada uno reacciona de manera diferente: algunos consideran este nuevo tiempo libre como un preciado tesoro, y lo aprovechan para salir, hacer deporte o inscribirse en todo tipo de asociaciones; otros se ahogan en un pozo de obligaciones asociativas. Hay incluso algunos jubilados de este tipo que declaran con satisfacción: «¡No tengo ni un minuto para mí! ¡Es aún peor que cuando trabajaba!». Estos últimos han asimilado bien los dictados de la sociedad que sólo valora al joven: ¡uno es joven mientras se mantiene activo! Y de la actividad a la sobreactividad no hay más que un paso. Puesto que la inactividad hace pensar en el aburrimiento y puede conllevar una imagen del paso de los años que produce rechazo, generalmente tras este frenesí por llenar la vida se esconden muchas angustias. Finalmente, otros jubilados viven esta nueva etapa bajo el sello del abatimiento. La adaptación real a esta nueva situación suele llevar un año largo. La fase de descompresión forma parte del proceso y muchas veces resulta necesaria para encontrar nuevos ritmos, nuevas costumbres, y para constituir nuevas relaciones. Los equilibrios de la vida son misteriosos, y ¿quién sabe cómo van a reaccionar nuestros padres ante una situación desconocida?
Qué sucede con los amigos
El paso a la jubilación también conlleva un cambio en las relaciones sociales y de amistad: se terminan las charlas en el bar y las pausas ante la máquina del café… Desaparece todo un modo de vida. Seguramente, nuestros padres conservarán los lazos que los unen a los compañeros de oficina que han acabado siendo sus amigos, pero, si estos continúan trabajando, los diferentes ritmos de vida los alejarán bastante. En cuanto a los amigos que también se jubilan, o los que ya estaban jubilados, el hecho de verlos con asiduidad no tiene por qué ser necesariamente positivo. Así, los encantadores señores Martínez, a los que veían una vez al mes, pueden revelarse como unos auténticos pesados… o unos invasores que se presentan cada día a la hora del café. Y como las bases de las relaciones de amistad se forjan durante la vida laboral, se hace necesario, a partir de ahora, aprender a establecer nuevos lazos. Esto es especialmente importante porque en este momento de transición las relaciones sociales pueden escasear, y se corre el riesgo de que la soledad y el aislamiento se instalen subrepticiamente.
La pareja se resiente
Estudios realizados sobre la jubilación muestran que las parejas deben encontrar un nuevo equilibrio en esta nueva situación, y que los matrimonios que se divorcian en el momento de jubilarse son cada vez más numerosos.
Mientras que antes de jubilarse la pareja, en general, sólo se ve por la noche y los fines de semana, y cada uno dispone de espacio y tiempo para sí mismo, ahora resulta que la mayoría de las veces están juntos