Jules Michelet
El Mar
Publicado por Good Press, 2019
EAN 4057664167415
Índice
LIBRO PRIMERO
OJEADA A LOS MARES
I
El mar desde la playa.
Un intrépido marino holandés, vigoroso y frío observador, cuyos días se deslizan en el inmenso Océano, confiesa con franqueza que la primera impresión que se recibe al contemplarlo, es de miedo. Para todo ser terrestre es el agua el elemento no respirable, el elemento de la asfixia. Barrera fatal, eterna, que separa irremediablemente ambos mundos. No nos sorprende, pues, que la gran masa de agua denominada mar, desconocida y tenebrosa en su profundo espesor, se haya aparecido siempre formidable á la humana imaginación.
Los orientales sólo ven en ella la amarga sima, la noche del abismo. En todos los idiomas antiguos, desde la India hasta la Irlanda, el nombre de mar es sinónimo de «desierto, noche».
¡Qué triste es ver, al caer de la tarde, el sol, alegría del mundo y padre de todo lo criado, ir desapareciendo, eclipsarse entre las ondas! Es el cotidiano duelo del Universo, particularmente del Oeste. En vano es que todos los días presenciemos el mismo espectáculo; siempre ejerce en nosotros igual influjo, idéntico efecto melancólico.
Si nos sumimos en el mar á cierta profundidad, no tardamos en vernos privados de luz: se penetra en un crepúsculo do sólo persiste un color, el rojo siniestro; y aun al poco rato este color desaparece y sobreviene la negra noche. ¡Qué obscuridad tan absoluta, exceptuando tal vez algunos accidentes de horrorosa fosforescencia! Aquella masa, inmensa en extensión, enormemente profunda, que se extiende por la mayor parte del orbe, parece un mundo de tinieblas. He aquí lo que sobresaltó, lo que intimidó á los primeros hombres. Suponían que se acaba la vida donde falta la luz, y que, á excepción de las primeras capas, todo el espesor insondable, el fondo (dado caso que tenga fondo el abismo), era una negra soledad, nada más que árida arena y guijarros, y algunas osamentas y despojos, es decir, el sinnúmero de bienes perdidos de que el avaro elemento se apodera sin devolver ni la más pequeña partícula de ellos, escondiéndolos cuidadosamente en el palacio destinado á guardar los tesoros de los naufragios.
La transparencia del mar ciertamente que no contribuye á infundirnos ánimo. No puede compararse, ni con mucho, á la tranquilizadora linfa de los manantiales y de las fuentes. Aquélla es opaca y