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© 2016 Kat Cantrell
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La tentación del millonario, n.º 184 - enero 2021
Título original: The Pregnancy Project
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
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Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
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I.S.B.N.: 978-84-1375-217-4
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Capítulo Uno
Ironías de la vida, Dante Gates, con un doctorado en Bioquímica, tenía un problema de química que no sabía solucionar.
Ningún dato de su tesis doctoral le proporcionaba una pista para resolver aquel rompecabezas. Nada de lo que había investigado para su programa de televisión, La ciencia de la seducción, le ofrecía ni siquiera un indicio. Ni tampoco el trabajo que había realizado para demostrar la eficacia de los modelos de la química cuántica en el análisis de las proteínas, por el que había estado a punto de ganar el Nobel.
Dante estaba más que frustrado por la falta de progreso en descifrar el problema que le suponía la doctora Harper Livingstone.
Hacía diez años que eran amigos. Ella era el patrón por el que juzgaba a las demás mujeres, lo que implicaba que lo irritaba mucho no encontrar a ninguna tan hermosa ni tan inteligente como Harper. Ella le convencía en todos los aspectos positivos.
O más bien negativos, porque eran amigos. Su relación con Harper era una constante en su vida, lo único con lo que contaba. Había entre ellos un vínculo sagrado que valoraba y que no quería romper.
Dante se había convencido de que el único motivo de que sintiera aquello por Harper era que no podía conseguirla. Era indudable que si trataban de que su relación subiera al siguiente nivel, fracasarían.
En cuanto él hubiera probado el fruto prohibido, Harper perdería todo su atractivo. No volvería a pensar en ella de ese modo.
El problema era que, después de haber empezado a imaginar lo delicioso que sería ese fruto, era incapaz de dejar de hacerlo.
Esa mañana, Harper le había llamado para decirle que estaba en el aeropuerto de Dallas, a punto de subirse al avión, y que llegaría a su casa al cabo de un par de horas. No había ido a verlo a Los Ángeles durante los tres años que llevaba viviendo allí. Tenía que ser algo importante. Parecía el momento oportuno para resolver su problema de química de un modo u otro.
El aeropuerto de Los Ángeles era un caos, como siempre. Solo Harper podía hacer que fuera allí cuando no iba a tomar un avión. Dante consultó su reloj. Hacía diez minutos que avión de Harper había aterrizado, pero los pasajeros aún no habían desembarcado.
Por fin, salió un grupo de gente con mochilas, almohadas y botellas de agua. Dante, apoyado en el poste más cercano, esperaba a Harper.
No era difícil distinguirla. Su cabello pelirrojo destacaba entre la multitud y su forma de actuar la diferenciaba de los demás, pues salió disparada. Para Harper, la duda no existía. Era la cualidad que él prefería de ella.
Lo vio y el rostro se le iluminó con una sonrisa de oreja a oreja que lo conmovió. Antes de que Dante pudiera procesarlo, Harper dejó el equipaje en el suelo y se lanzó a sus brazos. Él la recibió y la estrechó contra sí porque era de lo más agradable.
–Hola –murmuró él contra su cabello, aspirando su aroma.
El perfume de Harper se le introdujo en los sentidos y en la sangre, que no era lo que solía hacer un perfume. Un perfume olía bien, pero no se suponía que le tuviera que dar ganas de besarla hasta dejarla sin aliento.
No hizo caso de aquel deseo. No era fácil, pero tenía mucha práctica.
Harper, por suerte, se soltó del abrazo con la suficiente rapidez como para no notar lo inadecuado de lo que le estaba sucediendo allá abajo.
–¿Qué haces aquí? –exclamó ella mirándolo con ojos brillantes–. Hace mucho tiempo que nadie venía a recogerme a la puerta de desembarque. Se me había olvidado lo agradable que es. ¿Cómo has podido pasar sin un billete de avión?
Él rio.
–Muy