La niña en la ventana. Natalia S. Samburgo. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Natalia S. Samburgo
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9789878708102
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Ayer llegué caminando hasta su casa. Y me quedé parado como un boludo. Justo ella salía. No supe qué decir ni qué hacer. Cuando apareció la madre salí corriendo.

      —¡Ah! ¡Qué pedazo de cagón!

      —No seas malo...

      —¿Y qué pensás hacer?

      —No sé. Pero no puedo dejar de pensar en ella. No sabés lo hermosa que es cuando sonríe. Es muy flaquita y blanca, pero creo que la natación le está haciendo tener algo de curvas. Creo que tiene unas pecas sobre el puente de la nariz, pero nunca pude apreciarlas de cerca. El otro día cuando la vi en la puerta de su casa, el sol le dio de lleno, y fue cuando descubrí esas manchitas marrones que, con esa luz, parecían fluorescentes.

      —Mierda. Estás enamorado en serio.

      —Sí. No es joda.

      —No sé qué decirte. Si es difícil hablar con ella, no te va a quedar otra que pedirles permiso a sus padres. Sé que suena descabellado, pero si no hacés nada, te vas a quedar siempre con la sensación de que no lo intentaste.

      —Tenés razón. Sabía que hablar con vos me haría bien.

      Pidieron otra ronda de cervezas y charlaron de otros temas. Lautaro le contó lo que había hecho en esas ocasiones en las que asistió a la fiscalía con Jacinto. Era evidente que ya mostraba signos de que le gustaba la investigación. Ambos evitaron hablar de Vicente Pollastrelli, el hermano de uno y el padre del otro, porque sabían que caerían en la melancolía y sería difícil salir de ese terreno.

      Una hora más tarde, Lautaro anunció que se tenía que ir, porque al día siguiente debía acompañar a su madre al médico a una hora muy temprana. Se despidieron, pero antes de marcharse el muchacho recordó algo que quería comentarle a su tío.

      —Me había olvidado de contarte. El otro día, cuando fui hasta la casa de la chica, me topé con aquel barrio.

      —¿Cuál? —contestó desorientado Iván.

      —Aquellas calles en las que andaba en bicicleta cuando era más chico.

      —Sí, me acuerdo, pero no sé a qué te referís en particular.

      —Tenés razón. ¿Te acordás que te contaba que había una cuadra que nos daba miedo y con los chicos pasábamos rápido?

      —Mmm, algo me suena. ¿Era esa en la que había una casa que decían que estaba embrujada?

      —¡Sí, esa!

      —¿Y qué pasa con eso?

      —Cuando salí corriendo como un cobarde porque vi a la madre, no me di cuenta de que estaba pasando por aquella cuadra. Habíamos jurado con los chicos que nunca más pasaríamos por allí. Y así lo hice. Siempre la evité, pero esta vez me agarró desprevenido y concentrado en “ella”.

      —¿Y entonces?

      —Otra vez la misma sensación... de que alguien me observaba —tuvo que aclarar ante la mirada de desconcierto de su tío.

      —Ahí me acordé. Ustedes decían que había alguien al otro lado de esa ventana, pero se suponía que nadie vivía allí.

      —Sí, esa misma. Está todo igual. Todo cerrado, todo quieto, el pasto crecido. Sin embargo, yo sentí que alguien me miraba desde esa ventana. Y salí corriendo y, hasta que no doblé en la esquina, no me sentí seguro.

      —Yo creo que fue el recuerdo de lo que les parecía en el pasado. Hacía mucho que no ibas por allí. Es normal que al regresar, después de tanto tiempo, se te venga a la mente lo último que sentiste en ese lugar.

      —Puede ser. Bueno, te lo quería contar. Me tengo que ir.

      —Dale. No te preocupes. No pases por allí y todo vuelve a la normalidad.

      —No lo creo —Lautaro se despidió con esa última expresión, incrédulo de que si algo sucedía realmente en esa casa, pudiera simplemente dejarse pasar. Ya se perfilaba su hambre por convertirse en un investigador como su tío, el hombre al que más admiraba.

       Capítulo V

      El mes de marzo dio comienzo a muchas actividades y, entre ellas, la temporada de pileta en el club barrial. Las clases de natación se reanudaban, y Lautaro estaba ansioso por volver a verla. Quería averiguar su nombre, su apellido, su edad y cualquier dato que lo hiciera satisfacer la ansiedad que ella le provocaba. Estaba decidido a preguntar a cualquier persona que pudiera proporcionarle esa información, así tuviera que recurrir al departamento de administración de la institución.

      Llegó varios minutos antes de su clase. Tenía la esperanza de verla mientras se encontraba en el natatorio. Luego, pretendía acercarse antes de que ingresara al vestuario. No sabía cómo lo lograría, pero debía intentarlo.

      Por fin, la vio ingresar. Venía custodiada por su madre, que traía en brazos a su hija menor. Él ya sabía que eran tres hermanas, porque en el transcurso del año anterior, había observado cada movimiento de la familia. Notó que ella lo había reconocido. No estaba seguro de si se había percatado de su presencia en el club desde tiempo atrás o si solo lo recordaba por el papelón hecho mientras se hallaba parado en la puerta de su casa, de la cual había salido corriendo como un cobarde. La joven le sonrió, y él ya no pudo apartar sus ojos de ella. Le hizo un movimiento de cabeza muy sutil, señalando el sector de los vestuarios y se dirigió hacia allí, deseando que ella hubiera captado la señal.

      Esperó tras la escalera varios segundos que se hicieron eternos. Un aroma a jazmines invadió el lugar, y supo que ella se acercaba. Espió y midió el momento exacto en el que llegaría a donde él se encontraba. Notó que lo buscaba. Cuando la tuvo en su posición, la tomó del brazo y la arrastró tras una columna ancha que ocultaba ambos cuerpos. La apoyo allí y la cubrió de manera delicada con su cuerpo.

      Por fin la tenía para él. Estaban frente a frente. Ella sonrió y dejó escapar un suave suspiro.

      —Hola —se animó Lautaro.

      —Hola —respondió ella de manera tímida, algo sonrojada. El puente de la nariz estaba rosado y las pecas se veían más oscuras que de costumbre.

      —Necesito saber tu nombre.

      —Maribel, ¿y el tuyo?

      —Lautaro.

      —Qué lindo nombre —se animó ella. Y lo dijo con tanta dulzura que él se derritió.

      —Vos sos linda...

      Maribel sonrió complacida, atravesando una vergüenza extrema, pero llena de emoción al mismo tiempo. Bajó los párpados sin poder evitarlo, en señal de satisfacción por saber que el muchacho que le gustaba opinaba que era linda. Eso sí que era nuevo para ella.

      Lautaro no se pudo contener, y la cercanía lo obligó a posar sus labios sobre los de la joven. Fue un roce lento y, al notar que ella no oponía resistencia, se animó a apoyar un poco más la boca, sintiendo que el mundo daba vueltas a su alrededor.

      Con un leve toque sobre su pecho, la mano de Maribel lo separó delicadamente. Fue, en ese momento, cuando se percató de lo que había hecho.

      —Debo irme. Se van a dar cuenta de que no estoy por ningún lado —susurró mirando hacia los costados.

      —¿Puedo volver a verte?

      —No lo sé. Es que...

      —¡Maribel! ¿Dónde estás niña? —se oyó desde la puerta del vestuario.

      —Me tengo que ir. Temo que solo podrás verme si mis padres están presentes. Ojalá que eso no te asuste —se despidió de manera apresurada, pero antes le dejó un sentido beso en la mejilla.

      * * *

      —¿Qué acelga, Polla?

      —Hay cosas que no cambian... —se lamentó Iván.

      —¡Qué