© Alejandro Jiménez Cid, 2018
© De la presente edición: Editorial Melusina, s.l.
www.melusina.com
Primera edición, febrero de 2018
Edición digital, agosto de 2020
Reservados todos los derechos.
Corrección de galeradas: Albert Fuentes
Ilustración de cubierta: Lisa Rose
Diseño de cubierta: Juan García
eisbn: 978-84-18403-10-1
Contenido
Lo que les gusta a los españoles
Pulsión, repulsión, revolución
Amor libre, pero dentro de un orden
Cuando Kenneth Anger salió del armario
El experimento de la doctora Boher
La obra maestra de Piastro Cruiso
Prólogo
Eso de «pornogramas» se lo robé a Roland Barthes. Como buen sofista, a Barthes le encantaba inventarse palabras: de cuando en cuando sus páginas nos escupen lindezas como «sociolectos encráticos y acráticos», «biografema», «semioclastia» o «logosfera». Hay mucho de pedantería gratuita en tanto neologismo, pero hay que reconocer que el de pornograma en particular está muy bien parido. En un tortuoso ensayo sobre Sade, Barthes define el pornograma como la abolición de las fronteras entre el discurso y el cuerpo, una fantasía semiótica en toda regla. A modo de ejemplo y paradigma de lo pornogramático, cita unas palabras de Eugénie, la protagonista de La filosofía en el tocador: «Estoy completamente desnuda: disertad sobre mí todo lo que queráis». Requisito para la erotización del cuerpo es su transformación en texto: una metamorfosis no menos milagrosa que la que se produce en sentido inverso, cuando, como nos dice el evangelista, «el verbo se hizo carne».
Cuando me propusieron colaborar en la edición electrónica del señero Diario16, quise hacerlo con una serie de artículos en torno a temas de erotismo, pornografía y comportamientos sexuales no convencionales, una miscelánea sobre la cultura del sexo y el sexo en la cultura. «Pornogramas» me pareció un título estupendo para la sección. Este