Principios de una psicoterapia de la psicosis. José María Álvarez. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: José María Álvarez
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Документальная литература
Год издания: 0
isbn: 9788412116670
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de lo que se dice y se calla, de lo que se rescata y se desecha, de lo que hay que limitar y también de lo que conviene fomentar. Pero siempre sin perder de vista esa posición y ese lugar que la locura nos ha asignado para su tratamiento.

      Cuando lo parco abunda, saber hacer con poco es mejor que no hacer nada. Los que trabajamos en las instituciones sabemos que buena parte de nuestra práctica cotidiana con la locura se desarrolla en circunstancias muy difíciles, con sujetos que vienen de mala gana, incluso forzados; con sujetos que no dicen nada, porque ya está todo dicho; con sujetos que no desean nada, que no aceptan nada y que no están dispuestos a nada. Pues bien, en ocasiones con ellos es posible abrir un pequeño resquicio que permita que esa nada no lo abarque todo. Hay pacientes que no están dispuestos a nada, salvo a venir a consulta para vernos. Lograr ese poco es nuestro primer cometido. Ese poco, entre tanta nada, es una auténtica joya que hay que cuidar y sostener algún tiempo, en ocasiones durante toda una vida. ¿Que por qué? Pues porque a esa menudencia, aunque no lo parezca, algunos se agarran con todas sus fuerzas para no caerse de nuevo. Porque en ese encuentro, por ridículo y absurdo que parezca, con frecuencia se fragua una relación privilegiada que más adelante, cuando las cartas vengan mal dadas a lo largo del tratamiento, nos servirá para mucho más de lo que uno puede imaginar.

      En el trato con la locura conviene aceptar esos mínimos sin rebasar los límites que generalmente los rodean. Cuando la locura nos muestra poco es señal de que sus defensas tienen mucho que guardar. Eso supone aceptar que en ocasiones la locura nos concede un lugar marginal, aunque no irrelevante; implica que la locura a veces no tiene nada de genial y demasiado de miseria; que en ocasiones prefiere un saludo sin palabras o un estribillo monótono y repetitivo, que un encuentro formal y elaborado en el que se le inquiete demasiado; conviene aceptarlo y no dejarse llevar por la desidia o la imprudencia de querer ir más allá de lo que se nos autoriza.

      Detengámonos un momento a pensar en todos esos pacientes que viene a consulta para no decir nada, o casi nada. Pero vienen y la cosa funciona. Me atrevo a decir que funciona mientras respetemos sus condiciones y los límites detrás de los que se parapetan. Funciona mientras nos conformemos con los pequeños pedacitos que nos quieren mostrar, sin decir mucho, o casi nada; sin insistir con demasiadas preguntas ni aclaraciones; sin perturbar su silencio ni la distancia que imponen. Sabemos que funciona porque hemos comprobado las consecuencias que tiene no hacerlo. Muchos hemos sido testigos de que, en algunas ocasiones, después haber rebasado la raya que ellos establecen, las cosas comienzan a cambiar de signo. Y lo que antes parecía marchar, aunque fuera a paso lento, ahora comienzan a manifestar un sinfín de problemas, desde el portazo y el «ahí te dejo», hasta el «no me persiga usted más» o el denso eros del «usted dio el primer paso». Al fin y al cabo, de lo que se tratar es de entender que en el tratamiento de la locura es más importante saber trabajar con los escombros para armar un edificio modesto, que pretender levantar grandes andamios soñando con los palacios y rascacielos a los que el ideal y la teoría nos propulsan. Aceptar que no todos los pacientes nos regalarán la genialidad de Schreber o el virtuosismo de Joyce es mucho más terapéutico que empeñarse en hacer de cada caso un caso ejemplar y grandioso.

      Llegar a comprender todo esto no ha sido inmediato. Las cosas más elementales llevan su tiempo y requieren una gran dosis de esfuerzo. En mi caso, ese proceso se ha visto favorecido por la inestimable enseñanza de José María Álvarez, a quien algunos consideramos algo más que un maestro. Durante años él nos ha iluminado el oscuro camino que discurre por ese vasto territorio al que llamamos locura. Y lo sigue haciendo. Echando mano a sus tres famosas lámparas del saber (la de la historia, la psicopatología y el psicoanálisis) José María nos ha enseñado que no conviene subirse a las alturas cuando el terreno todavía no está bien asentado. Que lo sencillo y más accesible siempre son la mejor puerta de acceso al conocimiento. Que los libros encierran grandes magisterios y, sin embargo, de ciertas experiencias ningún libro nos podrá aleccionar. Como él bien dice, una de esas experiencias es la que supone el encuentro «cuerpo a cuerpo» con la clínica de la locura. Un «cuerpo a cuerpo» descarnado, perturbador y descocado. Un encuentro imprevisible que nos asoma a lo más penoso del ser humano, pero también a sus prodigios.

      Sin embargo, tengo la impresión de que Principios de una psicoterapia de la psicosis es una pequeña excepción a esa regla sobre la imposibilidad de los libros para instruir sobre ciertas experiencias que el propio autor suele entonar, y a la que antes hacía referencia. Porque, sin lugar a dudas, el libro que tenemos entre manos constituye una suerte de muletilla para saltar a la arena del encuentro con la locura con un poco más de aplomo y firmeza, pero sin abandonar nunca la humildad y las nociones más esenciales. En él el autor ha recogido todos aquellos principios que considera fundamentales para el tratamiento de la locura, haciéndolos girar de manera lúcida y cabal en torno al particular fenómeno de la relación de transferencia en la psicosis. Pues la locura a veces nos permite establecer con ella una relación. Una relación que no se formula en los términos de una terapia y, sin embargo, el tratamiento en ella acontece de manera espontánea. Ahora bien, como José María señala en el libro, este tratamiento sólo se conducirá en la dirección adecuada si uno ha sabido ocupar el lugar más conveniente en la relación, lo que requiere haber asumido que uno está ahí para ser usado por la locura en su singular búsqueda del mejor equilibrio.

      En definitiva, Principios de una psicoterapia de la psicosis es una magnífica obra sobre el buen uso de la transferencia en el tratamiento de la locura. Escrita con un estilo sencillo pero elegante, directo pero riguroso, sus contenidos serán acogidos por los lectores como agua de mayo, tanto por los más jóvenes como por los experimentados. En ella encontrarán un sinfín de tesoros en forma de indicaciones, advertencias y recomendaciones clínicas que harán las delicias de cualquier clínico. Finalmente, no nos queda más que felicitar y agradecer a mi querido colega y amigo José María Álvarez el brillante y generoso trabajo que ha realizado para conseguir trasmitir una enseñanza tan hermosa y reveladora, como la que a continuación descubrirán.

      Juan de la Peña,

      Madrid, enero de 2020

      Palabras previas

      No hace falta visitar un manicomio en Alepo para darse cuenta de que la locura es una defensa. Sí, una defensa necesaria para sobrevivir cuando alguien se ve sobrepasado por experiencias inhumanas. Posiblemente la locura se convierta ahí en uno de los últimos y más desesperados agarraderos, en el postrero y deshilachado cabo que le mantiene, de alguna manera, en un exánime contacto con los otros. La locura es humana, demasiado humana, pero los humanos no estamos preparados para sobrevivir a cualquier circunstancia ni situación. Y menos aún aquellos que, por distintas razones, se quedaron a medio hacer y subsisten a la intemperie, más expuestos y vulnerables.

      Como en otros lugares del mundo, en Alepo la locura estalla en un instante y a ella se agarran algunos sujetos frágiles, de los que llevan demasiado tiempo soportando lo insoportable y de pronto rebosan. A partir de ahí ya no hay vuelta atrás. Una configuración psíquica quebradiza propulsa de pronto al sujeto a otra dimensión, la de la locura. Eso sucede cuando el parapeto del lenguaje blandea y esa persona ya no es capaz de representar o poner palabras a sus vivencias traumáticas. Basta un instante para que una madre enloquezca cuando su bebé, al que tenía en brazos, se desangre reventado por la metralla de una bomba que acaba de explotar. Basta un instante para que un joven se trastorne cuando ve volar por los aires a los miembros de su familia, con los que estaba comiendo. Estas y otras escenas nos acercan con crudeza a la realidad del infierno, una realidad presente y cotidiana, más cercana de lo que queremos creer.

      Mucho más, porque no hace falta visitar un manicomio en Alepo para contemplar otros infiernos menores, sin bombas ni tanques, sin el olor de la reconcomida desesperación. Y en estos otros avernos silenciosos y próximos, también hay personas que se rompen después de haber aguantado las embestidas de la vida. Aquí, en este primer mundo sigiloso, seguro, lleno de comodidades, con hogares calientes, despensas llenas y familias más o menos estables, hay personas que tienen dentro de sí su pequeño infierno y un buen día comienzan a crepitar hasta que saltan, como las castañas sobre una plancha ardiendo. Después de esa experiencia entran en otra dimensión vital en la que las relaciones consigo mismo y con los otros se transforman, como también se transfiguran las