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Esta es una obra de ficción. Los nombres, los personajes, las actividades comerciales, los sucesos e incidentes relatados son fruto de la imaginación de la autora o están usados de manera ficticia. Cualquier parecido con personas (vivas o muertas) o hechos reales son pura coincidencia.
Copyright © 2019 por Rebekah Lewis
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Dedicado a todo aquello que nos asusta en la noche y nos intriga.
VOLUMEN I
EL
MONSTRUO
BAJO LA
CAMA
Capítulo 1
¿Cómo podríamos definir el término «monstruo»? Se trata de un sustantivo con varias acepciones, pero la connotación es siempre la misma: negativa. Es una palabra que se utiliza para describir lo más depravado de la humanidad. Mucho más que eso, la literatura y el cine se han encargado de describir al monstruo como a una criatura que no pertenece al mundo civilizado. Debe ser, por tanto, feo, violento o antinatural —los hay bellos, aunque son demasiado diferentes para ser aceptados. De cualquier forma, todo monstruo es sinónimo de miedo así que su propósito es siempre el de asustar.
¿O acaso me equivoco? Los monstruos pueden ser malinterpretados o falsamente etiquetados. Si a cualquier ser poco corriente se le puede denominar monstruo, con lo que pasaría a convertirse en algo normal, ¿puede seguir llevando esa etiqueta?
Maddy guardó los cambios antes de apagar y cerrar su portátil. Luego, se quedó mirando fijamente a la superficie plateada del dispositivo. Le habían pedido que escribiera un especial para la edición de Halloween que se publicaría en La gaceta de Espectro. Naturalmente que en un lugar llamado Espectro, la celebración de Halloween supone una gran expectación. No obstante, siendo la encargada de la columna de consejos, Madison Wright no disfrutaba especialmente escribiendo sobre fantasmas y monstruos. Sobre todo, desde que descubriera uno bajo su cama.
Cerró los ojos y sintió vergüenza. El mero hecho de pensarlo la hacía parecer ridícula, pero ¿qué otra explicación podía haber? Desde que iba a la universidad había estado escuchando ruidos debajo de su cama por las noches. Cuando aún vivía con sus padres podría haber asegurado que se trataba del gato. Después, cuando se mudó, achacaba esos ruidos a sus vecinos del piso de abajo. Hoy en día, en su apartamento alquilado en un vecindario tranquilo de un barrio de Nueva Inglaterra no tenía a nadie a quien culpar.
Exterminadores habían buscado, sin éxito, la presencia de ratas, serpientes y cualquier otra plaga. Fontaneros y electricistas tampoco habían sido capaces de encontrar una explicación a los ruidos. Por tanto, una de dos: o eran imaginaciones suyas, lo cual es lo que ella esperaba que fuera; o se había instalado bajo su cama un monstruo que la llevaba siguiendo más de diez años. Justo a partir de su decimotercer cumpleaños la había visitado casi todas las noches. Maddy nunca hubiera imaginado que su vida a los 30 consistiría en evitar continuamente que sus manos y sus pies se salieran por fuera de la cama de matrimonio. Por no decir que tampoco podía invitar a ningún hombre a pasar la noche en casa. ¿Cómo iba a explicar que jamás podría dormir con alguien porque el hombre del saco, envuelto en sábanas, la cogería del tobillo si no ocupaba el centro de la cama? El monstruo nunca la había tocado, al menos ella no había sido consciente de ello, y le gustaría que así siguiera siendo.
Condenada a una vida en soledad,