MARÍA INÉS FALCONI
—¡Qué raro es ese chico! –le decía la señorita Olga a la señorita Leticia mientras miraban a los alumnos jugando en el patio. Y la señorita Leticia afirmaba con la cabeza.
Es que Tico, en medio del improvisado partido de “fútbol de recreo” que estaban jugando los de quinto grado, acababa de agarrar la pelota con la mano y la había puesto frente a los pies de Matías, que pateó y metió el gol del triunfo.
Corridas de festejo de los vencedores sacudiendo el guardapolvo a falta de camisetas; abrazándose, que para eso no se necesita ningún vestuario especial, porque da lo mismo abrazarse con guardapolvo que con camiseta, que en "cueros"; y saludando a la tribuna inexistente, pero con la esperanza de que alguna de las chicas, sobre todo Mica, estuviera mirando.
Protestas de los perdedores, a los gritos, sacudiendo los brazos, no valió, mula, trampa, falta, penal; enojados con los contrarios, pero especialmente con Tico que, insólitamente, había hecho lo que jamás se hace: agarrar la pelota con la mano y ponerla frente a los pies del goleador. ¿Dónde se ha visto?
Tico los vio venir y se tapó las orejas con las manos, una mano para cada oreja, que el ser humano está muy bien hecho y tiene cosas por duplicado, mano derecha para oreja derecha, mano izquierda para oreja izquierda. La nariz, por ejemplo, es una sola porque está en el medio y es fácil alcanzarla con cualquiera de las dos manos. Pero si tuviéramos una sola oreja del lado derecho, por ejemplo, y una sola mano del izquierdo, taparse la oreja con la mano sería bastante más incómodo, aunque no imposible. Cuestión que se le vinieron al humo. Lo querían cagar a trompadas. No hay otra forma de decirlo, disculpen. No era pegarle, no era darle una piña ni un empujón ni una patada. Era cagarlo a trompadas que es una forma realmente efectiva de sacarse la bronca. Lo salvó el timbre, que puso fin a la discusión, aunque no al enojo, y también al partido, que quedó definitivamente 3 a 2.
Los vencedores sabían que habían ganado con falta, más que falta, con un penal de aquellos, pero no había necesidad de decirlo, sobre todo ahora, que había tocado el timbre.
Podemos concluir después de este relato del partido, que cuando la señorita Olga le decía a la señorita Leticia “qué raro es ese chico”, tenía razón. Agarrar la pelota con la mano se puede permitir, puede ser casi simpático, en un nene de dos o tres años, pero para uno de quinto es algo inadmisible, verdaderamente, raro.
Llegados a este punto tendremos que contar algunas cosas de Tico que nos permitan comprender lo insólito de su actitud. Para empezar, Tico no se llamaba Tico, sino Vicente. Aunque en apariencia el nombre no tenga nada que ver con el sobrenombre, podemos demostrar con toda facilidad que no es así: la familia de Tico pasó de llamarlo Vicente, que era muy largo, a llamarlo Vicentito, que era igual de largo y más difícil de decir; cambió después por Vicentico y terminó economizando aire y esfuerzo con el más corto, simple y efectivo “Tico”. Todo esto tenía que explicar el pobre Tico o Vicente cuando le preguntaban “¿Tico por qué?”. Y le preguntaban mucho. Pero todo el mundo tiene un sobrenombre, ¿o no? Mica no era Mica sino Micaela, Tony no era Tony sino Antonio y Eze no era Eze sino Ezequiel. Y paro acá, porque contar el sobrenombre de cada uno de los chicos de la escuela o, aunque sea, de cada uno de los chicos del grado, llevaría muchas y muy aburridas páginas, siendo como es que ya se irán enterando a medida que cada uno de ellos aparezca en esta historia.
E interrumpo otra vez para preguntar y preguntarme: ¿por qué se llama sobrenombre a algo que no es que al nombre “le sobre”, sino justamente, que al nombre “le falta” una parte, la de adelante o la de atrás? El que sepa la respuesta me la cuenta.
Pero sigamos con Tico, ahora que ya no hace falta aclarar que es Vicente.
Ese primer día, Tico llegó a esta escuela en primer grado, transformándose inmediatamente en “el nuevo”, ya que todos sus compañeros venían juntos desde Jardín.
Como suele suceder con los nuevos, Tico no tenía amigos, no conocía el nombre de nadie y no sabía qué hacer. La maestra, la señorita Leticia, a quien ya presentamos y que desde siempre había sido la maestra de primero aunque Tico no lo supiera, lo recibió con una sonrisa y le dio un lugar junto a Tiago, que por lento o por distraído se había quedado sin compañero de banco.
A Tiago, por lento o por distraído, no le importó sentarse con el nuevo. Capaz que en ese momento ni siquiera se había dado cuenta de que Tico era nuevo, por lento o por distraído, ya sabemos.
Tico