Entre justicia y tiempo. Victor P. Unda. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Victor P. Unda
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788418398124
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      ISBN: 978-84-18398-12-4

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      .

      Brooklyn, New York, 1934.

      España, París y Casablanca.

      –Un hombre que se aferra a la justicia para resolver

      una serie de asesinatos

      después de la segunda guerra mundial–

      Historia inspirada en la vida de

      Victor Villanueva Jr.

      Introducción

      Años atrás, traté de escribir la historia de mi padre Rick, pero fui incapaz de redactar palabra alguna. Con el tiempo, todas esas emociones que se habían apagado comenzaron a aparecer de nuevo, y desde hace poco mi deseo empezó a crecer más. Con esas ganas de descubrir quién era Rick, comencé a descubrir todo sobre él, y al final logré trazar, en este primer capítulo uno, esos secretos que él guardó por tantos años. Carta por carta, y horas de conversaciones, hicieron posible que escribiera Entre Justicia y Tiempo.

      .

      EPISODIO I

      Brooklyn, Nueva York, diciembre 1934

      Victor

      El invierno recién comenzaba a sentirse, y creo que uno de los más desmedidos, según mi abuela Luti, que era la madre de mi padre. Esa mañana, el viento soplaba como el diablo, y las primeras señales de nieve comenzaban a aparecer en las calles de New York. Desde su ventana de su cuarto miraba el cielo, ahí auguraba el tiempo sin ninguna ayuda, la viejita loca que le gustaba hablar de lo mismo cada vez que el clima cambiaba. Ese día, la escuché desde el otro lado de mi cuarto gritando:

      —El invierno se acerca, chico, chico, el invierno se acerca. —A la abuela puertorriqueña, que corría desde su cuarto al otro extremo del apartamento, y en la cocina gritaba a pulmón abierto que el invierno ya estaba aquí.

      Esa mañana, Brooklyn estaba muy tranquilo, para mí fue muy extraño sentir esa mudez, acostumbrado a escuchar a la gente pasar por la cuadra y oír a los comerciantes vender sus meriendas en voz alta en las calles, sentado en mi cama y con la puerta cerrada pude disfrutar ese momento, solo quería pensar en mí y no pensar en nadie más. Pero la tranquilidad no duró mucho, el lugar había estallado a ruidos y, pasadas las nueve de la mañana, nuevamente la avenida comenzaba a tomar vida.

      —Down, down, down, down, grandma —dije en voz alta cuando el ruido de los disparos que provenían desde afuera de mi ventana originó una vibración en mis oídos, similar al sonido de los truenos que caían en California. Cauteloso, me acerqué para ver qué estaba pasando y, cuando tenía una visibilidad clara de la calle, un carro de policía pasa a gran velocidad, en realidad estaba muy temeroso a lo que podría ocurrir, así que bajé mi cabeza, y sentado en el piso me quedé en silencio hasta que todo se tranquilizara, pero la convulsión en la calle y la gente que corría en diferentes direcciones creó más alboroto en el neighborhood.

      Desde a poco, la bulla que se sentía en las calles comenzaba a disminuir, los gritos que había escuchado ya no los escuchaba más, pero el incidente me había dejado un sabor amargo en la garganta. Sin atraso, volví a mirar por la ventana, pero esta vez me di cuenta de que diciembre ya estaba aquí, al parecer le llegó muy temprano el invierno a New York, cosa que no era fácil de tolerar. Para cualquiera persona que se mudaba desde otro estado a esta ciudad, tenía que resistir ese frío endiablado.

      La abuela estaba muy callada.

      —Tienes toda la razón —le grité a ella desde el otro lado del apartamento.

      —De qué me hablas, hijo —dijo la abuela, que estaba escondida en la cocina cuando ella había escuchado también los primeros disparos.

      —Del clima —le volví a gritar, pero esta vez abrí la puerta de mi cuarto para que ella me escuchara decir que la nieve había puesto las calles de blanco.

      En ocasiones, la temperatura bajaba demasiado, el frío no solo se sentía en tu cara, sino también uno podía sentirlo en los huesos, y los pájaros que escuchaba cerca de mi ventana cuando sol lució su mejor color, de un día para otro desaparecieron.

      Fue necesario encender la chimenea, en especial por las noches, que ayudaba a paliar parcialmente el frío, manteniendo el apartamento cálido, podría decir que combatía esas temperaturas que llegaban hasta los bajo cero. No obstante, el frío era insoportable, quién podía aguantar ese clima que era poseído por una fuerza diabólica.

      Este es mi primer invierno, entusiasmado por ver la nieve por primera vez en New York, pensé que no me iba acostumbrar o sobrevivir a ese frío en Brooklyn. Al comienzo, fue un dolor de cabeza mantener el fuego con vida, ya que no era nada fácil, la abuela también se encargaba de alimentarlo tratando de mantener el lugar estuoso, ya que en California no teníamos que hacerlo. Pero no éramos los únicos en el edificio que nos preocupábamos de eso, en realidad era importante prepararse antes de que llegara el invierno a la ciudad con toda su fuerza maldita. Comprar la leña era el fin último en esos tiempos, y poder acumular lo suficiente antes de que la tienda de abajo vendiera todo era indispensable. Pero nosotros no teníamos que preocuparnos, mi padre ya estaba on top of that, o sea, se encargaba en abastecernos con lo suficiente para pasar esas temperaturas muy bajas.

      Pero una parte de mí se dio cuenta de que estábamos asegurados por esos privilegios, ya que en otras familias la situación económica no daba para ese lujo, gracias a Dios, Rick tenía ese trabajo donde podía comprar la madera a un precio más bajo que la otra gente. El dueño lo mandaba a la compañía Suffolk County, en Brooklyn, para ordenar la madera adecuada a un costo más bajo y venderla a un precio más alto en el local.

      Hasta los puedo escuchar desde mi cuarto hablar de lo mismo a través de esas paredes delgadas del edificio, como si fuera el último gélido, pero no más allá del invierno. Nosotros vivíamos arriba de la tienda y un restaurante de comida que pertenecía al señor Saavedra. Este hombre fornido, de baja estatura, con una voz vociferante para mandar a sus empleados a su antojo, que se quejaba por todo lo que le pasaba alrededor cuando le ocurría algo injusto. A veces la justicia no estaba de su lado, pero esto no se debía a la forma en que se relacionaba con sus clientes, sino en cómo trataba a sus propios empleados que lo querían ayudar, yo pensé que era un mal agradecido al no reconocer lo ciego que estaba para considerar, por lo menos una pizca, del esfuerzo que sus empleados invertían en sus negocios. Más allá de esas críticas que hasta sus mismos empleados decían a sus espaldas, yo estaba seguro de que era una persona más caricato y sin educación que, a pesar de su desprecio a la vida que llevaba, de alguna forma pagaba por su desmedida reacción viril en contra de su propia gente cuando no podía resolver los problemas que se le presentaban en el restaurante o en el minimarket.

      De la misma forma, en otras oportunidades podía escuchar a otros residentes hablar, como esa vez cuando la vecina de al lado que no paraba de gritarle a