Todos los cuadros que tiré
CECILIA PAVÓN
Voy a hacer una confesión que me hace sentir mal. Quizás al ponerla aquí en palabras, al lograr que estas palabras las lea alguien más, convertidas en literatura, consiga que este sentimiento funesto me abandone y se esfume: entré a la tienda H&M con la esperanza de que la ropa que me comprara me ayudara, de vuelta en Buenos Aires, a conseguir novio.
En un rincón junto al horno y el lavarropas, lugar resignificado cual cuarto propio, la narradora divaga, reflexiona, ama y odia, recuerda, escribe. Sobre todo escribe. Desde la crónica de un workshop de arte en Río de Janeiro al que fue invitada como traductora hasta la última pelea con su pareja porque él lava los platos sin amor.
Cecilia Pavón transita con total impunidad entre los detalles más insignificantes de la vida cotidiana y aquellos canónicamente considerados propios del arte y de la literatura, dejando ver las continuidades, a veces imperceptibles, entre ambos.
Y en este ir y venir que borra límites y fronteras construye Todos los cuadros que tiré, un libro de relatos hecho de inmoladas confesiones, fugaces apuntes en libretitas olvidadas y declaraciones de principios estéticos y políticos. La inevitable consecuencia de una artista que vive su vida como una obra de arte.
Todos los cuadros que tiré
CECILIA PAVÓN
Índice
Amalia Ulman (una semana feliz)
Little Joy (temporary autonomous zone)
Dos cuentos sobre el microcentro
El equívoco concepto de pareja
Todos los poemas son cuadros (Diario del Tigre)
UN DÍA PERFECTO
Cualquier escritura que no vaya hacia el amor se chocará contra una pared o contra cualquier cosa dura, como ese tren en la estación de Once que una vez no pudo frenar. Hoy es domingo por la tarde y recuerdo un día perfecto. Todos mis cuentos son sobre pensar o recordar. Aunque estuve a punto de empezar a escribir un cuento sobre matar. La inspiración me vino de una escultura de cerámica hermosa que hizo mi hijo de ocho años: cuatro cuchillos apoyados sobre un plano rugoso, esmaltado de color verde musgo. Los cuchillos son todos de distintos tamaños, de color gris, y están extendidos de mayor a menor. Aunque no es el momento de hablar de cuchillos, sino de un día perfecto…
El 20 de enero de 2016 fue un día perfecto. Un día de calor tórrido en la ciudad de Santiago de Chile. Yo había llegado a esa ciudad con mi hijo de la mano, para que visitara a su padre chileno, después de atravesar la cordillera en bus y hacer cinco horas de cola en la aduana. Hordas de argentinos –sí, podría decirse hordas– esperando su turno para pasar al país limítrofe alentados por la ilusión de encontrar mercancías baratas del otro lado de los Andes. Todo a causa del famoso cambio. En Argentina el cambio, la relación entre el peso y el dólar, el dólar, el dólar… es un tema omnipresente. Como si el peso argentino no existiera y solo fuera un fantasma danzando alrededor de la divisa estadounidense. Y no existe, es solo una abstracción débil flotando en torno a otra más poderosa, un puñado de hojas secas.
La presidenta saliente no dejaba comprar dólares, se necesitaban para la industria nacional. El presidente entrante liberó el mercado de divisas, su programa estaba basado –dijo en la campaña– en el comercio y la libertad. El comercio y la libertad. Hace un mes que los argentinos pueden comprar dólares en el mercado formal y ya corren en sus autos hacia el otro lado de la frontera a comprar ropa y computadoras traídas de Asia… Ropa y computadoras: las dos cosas que definen mi vida. La computadora, porque es donde escribo, y yo trabajo de escribir. (Soy una mujer que trabaja de escribir). Y ropa, porque es el recurso más a mano que tengo para transformarme en una mujer y poder ser una mujer que escribe.
El miércoles 20 de enero de 2016 me encontré con Gary y Eugenia, que justo estaban en Santiago, para ir de compras al mall Costanera Center. Un amigo de Gary le dijo que desde el balcón de su edificio el mall parece un cigarrillo encendido. Allí es posible encontrar todas las marcas que no están en Argentina por los altos aranceles de importación a los productos textiles que impusieron los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner: H&M, Forever 21, Topshop, Banana Republic, Gap y muchas más. Todas marcas que en Europa seguro ya pasaron de moda pero que en esta parte del mundo hacen furor. Una de las principales atracciones del centro comercial es una cascada de agua que produce imágenes y textos mediante la caída libre de gotas de agua; tiene ocho metros de ancho y doce de altura, y fue diseñada y construida por la empresa alemana OASE, dice Wikipedia. En Wikipedia es posible encontrar la historia de cada mall chileno. No sé por qué me puse a googlear esos datos, y tampoco sé por qué los estoy transcribiendo aquí. Quizás porque me llamó la atención que la empresa que maneja el branding del mall Costanera Center destaque como la atracción principal la existencia de esa cascada. O porque a pesar de haber pasado seis horas en ese centro comercial nunca vi las imágenes ni las palabras que producen esas gotas de agua en caída libre; creo que nadie las debe haber visto porque son totalmente accesorias a la experiencia extática de comprar. O quizás algún niño las vio, puede ser. Cuando leí lo de