Sergey Baksheev
© Sergey Baksheev, 2020
ISBN 978-5-4498-5788-0
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Sergey Baksheev
UNA ESQUIRLA EN LA CABEZA
Traductor: Oscar Zambrano Olivo
PREFACIO
Exposición en el Museo Británico
En la exposición china del Museo Británico, en el centro de la sala, detrás de un vidrio grueso, se puede ver una estatuilla de una camella no común. La lana en sus jorobas es blanca, su mirada está dirigida hacia arriba y su hocico expresa una mueca de dolor.
¿Que hace una simple escultura entre una gran colección de antiguas obras de arte?
Usted no va a escuchar una respuesta clara a esa pregunta.
Como yo mostré cierta insistencia, me asignaron un antiguo empleado del museo el cual estaba jubilado desde hacía tiempo. El recordaba que, relacionada con la camella de jorobas blancas, había una asombrosa leyenda, pero era difícil explicar de qué se trataba.
– Parece que se llama Shikha. – Para terminar, el viejo dijo, inseguro, – y dicen que todavía está viva. —
Y así, me pareció que ya había escuchado la historia de esta camella. Hasta hoy uno se puede encontrar con la camella y ella puede cambiarte tu vida de una manera mágica.
Sin embargo, es mejor antes, leer este libro. En él, yo revelo el secreto, el cual pocos saben.
CAPITULO 1
Un suceso que no se puede contar
Regresando desde el aeródromo, el piloto militar Vasily Timofeev venía sumido en una gran confusión. ¿Qué le pasó durante el vuelo? Ese incidente técnico tan extraño no está descrito en ningún libro de estudios. ¿Que vio en la estepa?
¡Fue una diablura!, simplemente.
Como lo pongas. Resulta que él vio en el pasado, cuando no había ni líneas de trenes, ni carreteras para automóviles en la estepa, un ejército enorme de guerreros medievales. ¡En el pasado! No encontraba otra explicación.
¡Pero eso no podía ser!
¿Un pozo con objetos valiosos? ¿Personas asustadas con vestiduras antiguas? Con pánico observaron el moderno avión de caza. ¡Y la extraña camella con las jorobas blancas! ¿Quiénes son? ¿De dónde vienen?
Los grandes y perspicaces ojos de la camella se incrustaron en la memoria del coronel. En el último segundo, antes de la salvación milagrosa, él estaba mirando las grandes pestañas de la camella y no los instrumentes de vuelo. Y el avión, volando sin ruido sobre la estepa y listo para estrellarse en cualquier momento, de repente, despertó y reaccionó.
¿Como explicar eso?
El coronel comprendió, en seguida, que no podía contar nada de lo sucedido. ¡En ningún caso! Si lo contaba totalmente de manera honesta, lo iban a tomar por loco.
¿Qué hacer? ¿Con quien consultarlo?
Las ideas se le enredaron y la cabeza le empezó a doler.
Y pensar que una hora antes, en la vida del coronel de las fuerzas aéreas Vasily Timofeev, todo era claro y cuotidiano.
CAPITULO 2
El MIG-25
El auto “UAZ”1 color kaki del ejército no se había detenido completamente cuando el comandante de la escuadrilla de cazas MIG-25 supersónicos saltó del carro. Los escalones del punto de guardia resonaron por las pisadas de los tacones de los botines militares.
– ¡Se le saluda, camarada coronel! – apenas alcanzó a levantarse el oficial de guardia, el teniente superior Epifanov.
– Saludos, Slav. – respondió, con una sonrisa, Timofeev.
Por el tono alegre, Epifanov comprendió que la visita inesperada del coronel no se debía a complicaciones imprevistas o revisiones no planificadas. Los chispeantes ojos del comandante mostraban una exuberante energía que lo hacían hiperactivo. Epifanov adivinó con lo que eso estaba relacionado y que seguía después.
– ¿Lo puedo felicitar, camarada coronel? – le preguntó con malicia sobre algo que ya sabía todo el escuadrón.
– A mí no, ¡a mi hija! – La frívola esa, ya nos trajo un nieto. Hoy le dieron de alta en el hospital. ¿Y yo que? Me hicieron abuelo. Treinta y seis años, y ¡ya abuelo! Así son las cosas… —
Vasily, otra vez, se asombró sinceramente por esa novedad. Pensar en eso: ¡abuelo! Aunque, por otro lado, con la que sería su esposa, Liuba, también resultó de esa manera. A lo militar, ataque inesperado, sin estudios logísticos y sin esperas.
En aquel entonces, primavera del año 60, él estudiaba en el primer año del antiguo instituto de aviación militar de Saratov. Liuba terminaba el bachillerato. La naturaleza alborotándose, la embriaguez del olor de la sirena floreciente, la faja de algodón en el delgado talle, los labios carnosos mojados en el helado de vainilla, la curiosidad en los ojos virginales y, como resultado: el aturdimiento del estallido del amor. Como la explosión de una granada en los primeros ejercicios nocturnos. Y después, el ardor juvenil y la imprudencia completaron el asunto.
Eran tontos y sin experiencia. Se emborracharon sin licor, solo tocándose uno a otro. Puntas de los dedos por la espina dorsal, temblor, el cuerpo curvado, los labios dulces y la respiración toma un cálido deleite. Y era la primera vez de ambos. Y, el resultado natural: el nacimiento de la hija.
En aquel entonces Vasily era incapaz de valorar y pensar claramente acerca de eso. Todo pasaba de manera superficial, como si no pasara con él, como si estuviera en el cine. Se oscurece todo, sufres con los actores, pero ahorita se apaga la pantalla, prenden la luz, te levantas y sales. Y se te olvida todo.
No, la vida no es el cine. En ella, como comprendió después, su infancia había terminado y empezaba la vida de adulto. Efectivamente, la niñez no está relacionada con la edad. Se termina cuando comienzas a resolver tus propios problemas y eres un adulto cuando empiezas a preocuparte por otras personas. Para Vasily, las dos cosas sucedieron al mismo tiempo.
La boda la hicieron cuando la esposa tenía el vientre tan inflado que parecía que iba a explotar en cualquier momento. Pero Vasily se salvó de eso. La piel de la, alguna vez, muchacha elegante, se le estiró tanto que el ombligo, que antes era una suave depresión, ahora parecía un botón que estaba a punto de saltar. Y es que daba como miedo observar ese globo creciente en la barriga. ¡Y es que era tan extraño! Mirabas desde atrás, y hasta el talle se le veía. Mirabas desde el frente, sobre todo de lejos y te parecía que la muchacha no podía caminar: el rostro se le adelgazó, las clavículas le sobresalían y la ropa no le quedaba ajustada sino colgando como una cortina. Y si la mirabas de lado ¡era una pesadilla! ¿Como pueden las mujeres cargar eso?
– Comunícate con los mecánicos, que me alisten mi avión, mientras me cambio. – Timofeev ordenó, mientras lanzaba la bufanda en el armario.
– Enseguida camarada coronel. – respondió Epifanov sonriente.
La tensión que surgió con la inesperada aparición del comandante, se desvaneció. Estaba contento porque adivinó el estado de ánimo del coronel y supuso que el jefe ardía en deseos de rasgar el cielo tranquilo con la poderosa máquina.
– Que escribo en el diario? – respetuosamente preguntó el teniente mayor.
– Bueno… lo usual. Vuelo de entrenamiento, prueba del motor a diferentes velocidades y alturas… y etc. ¿Qué? ¿Tengo que enseñarte? —
Si los pilotos del escuadrón debían volar según el plan de vuelo, el comandante, algunas veces, podía permitirse salir para satisfacción propia. Ese estado de ánimo no era frecuente en él. Y entonces el llevaba al pajarito plateado más allá de las velocidades y alturas límites. Los especialistas, en tierra,