Todo aquello que nunca te dije. Miguel Aguerralde. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Miguel Aguerralde
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788412002935
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      © Título: Todo aquello que nunca te dije

      © Miguel Aguerralde

      ISBN: 978-84-120029-3-5

      Depósito Legal: GC 139-2019

      Primera edición: Marzo 2019

      Edición: Editorial siete islas www.editorialsieteislas.com

      Correcciones y estilo: Laura Ruiz Medina

      Ilustración portada: Nareme Melián

      Maquetación: David Márquez

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      Este libro no podrá ser reproducido, ni total ni parcialmente, sin la autorización previa por escrito del editor. Todos los derechos están reservados.

      Para almas que huyen del frío.

      Y para ti, por qué no.

      PRIMERA

      PARTE

      CAPÍTULO 1

      INFORME POLICIAL Nº: 1231

      AGENTE: Sargento Aimar Brito.

      FECHA Y LUGAR: Domingo 21 de octubre. El Golfo. Yaiza.

      A las 06:34h del día indicado se ha recibido la llamada de aviso de un pescador local que afirma haber detectado un brillo inusual en el agua, frente a la pared rocosa conocida como Los Hervideros. Según su declaración se trata de algún tipo de objeto voluminoso arrojado al mar.

      Acudimos a comprobarlo.

      CAPÍTULO 2

      Cinco semanas antes.

      Buenos días, amigos y compañeros del IES Rafael Arozarena. Os habla vuestro DJ Ray Bandira para daros la bienvenida a este nuevo curso con la música de mayor calidad y la mejor de las sonrisas. Arranquemos la mañana como es debido: con el maestro del soul, Louis Armstrong, y su «What a wonderful world». ¡Good morning, Yaiza!

      CAPÍTULO 3

      BLOG PERSONAL DE SERGIO ROMERO. Viernes 14 de septiembre. Mañana.

      Nunca he tenido problemas para levantarme temprano, es más, suelo desvelarme con facilidad y el alba a menudo me encuentra leyendo, escribiendo o terminando alguna película que comenzase la noche anterior para coger el sueño. Sin embargo, el primer día de clase después del verano siempre parece que las sábanas pesasen más y se hace más difícil desprenderse de ellas.

      No puedo decir que aquella primera mañana del nuevo curso hubiera saltado de la cama, no.

      Nuestro último año de Bachillerato, ¡caramba, cómo camina el tiempo! Un curso final abocado a una amarga despedida.

      Salvo algunas salvedades, la mayoría de los que al amanecer del viernes de la presentación nos reunimos, un septiembre más, —el último—, en el patio interior del Instituto Rafael Arozarena de Yaiza, habíamos cursado juntos toda la secundaria. Caras y voces a los que te has acostumbrado y que forman parte de tu familia, nos mirábamos con el sentimiento agridulce derivado de la alegría por volvernos a encontrar y la tristeza de saber que cada momento sería irrepetible. La última presentación, nuestra última aula, nuestros últimos profesores, las últimas experiencias juntos. Fue una mañana solemne dentro de la relajación habitual de estos días de mero reencuentro, pero sin la presión de tener que dar clase.

      Nuestro último primer día, el principio del final.

      Resulta increíble cómo podemos cambiar en el transcurso de simplemente un verano, es algo que no deja de asombrarme. Casi es preciso un detector facial para reconocer a algunos y algunas de los que nos despedimos en junio con un pie en las vacaciones, y que regresan a finales de septiembre convertidos en otra persona. Nadia es una de mis mejores amigas, probablemente la persona con la que más confianza pueda tener. Había pasado el verano con su familia en Barcelona, de modo que no la había visto en algo más de dos meses. Y sin embargo, tuve que mirarla varias veces para creer que fuera ella.

      Siempre había sido una chica menuda, pero además estaba bastante más delgada, tanto, que de lejos podía parecer una alumna de Primero o de Segundo de ESO. Además, se había cortado el pelo, rubio pálido teñido de mechas por el sol de la Costa Dorada. Fue la inconfundible luz en su mirada la que me hizo reconocerla. Estaba sentada en uno de los muros de piedra que rodean las jardineras de la entrada, escuchaba música con unos auriculares más grandes que su cabeza y repasaba con el bolígrafo algún tipo de apunte en una libreta de tapas rosas. Me acerqué a ella con rapidez y ella se levantó al distinguirme.

      —¡Hola! Parece que alguien ha pasado el verano en la playa —le dije a modo de saludo. Su sonrisa me recibió con dos besos y yo acepté el olor de su abrazo como el mejor momento la mañana.

      —No vas desencaminado —me contestó—. Me he tirado estas semanas leyendo y holgazaneando en la piscina.

      —¿Has vuelto a escribir? —le pregunté. Ella asintió con timidez.

      —Algo, notas. No sé, quizá intente tomármelo más en serio.

      —Eso estaría muy bien—añadí.

      —¿Tú crees?

      —Sin duda.

      Mi amiga sonrió y paseamos hacia los escalones de la entrada principal. Todavía faltaban muchos alumnos y alumnas por llegar, pero el patio ya comenzaba a llenarse de caras conocidas. Lo más divertido eran las expresiones asustadas de los llegaban por primera vez al instituto directamente desde el colegio. Todos fuimos así alguna vez, supongo.

      —¿Y tú? ¿Has seguido escribiendo? —me preguntó Nadia. Yo ladeé la cabeza.

      —A veces lo intento —respondí—. También he leído mucho este verano. Poe, especialmente. Pero no encuentro una idea que me apetezca desarrollar.

      —Quizá no sea Poe lo que quieres escribir.

      Encogí los hombros ante la claridad de su argumento.

      —Pues será eso —le contesté—. Pero es que tampoco sé lo que quiero.

      Quedaban pocos minutos para el primer toque de sirena del curso, el timbrazo inicial que disparase nuestro último año juntos y la explanada del patio se mostraba ya abarrotada de estudiantes. En ese momento, se reunió con nosotros el DJ Bandira, Raimundo, o Ray, para los colegas. Era el encargado desde hacía dos años de la emisora escolar del instituto y cada mañana animaba nuestra llegada y las horas del recreo con éxitos de su elección que sonaban a todo trapo por la megafonía de los pasillos, la cafetería y el patio. Ray y yo habíamos llegado a ser buenos amigos. Era un tipo grande y moreno, de cabello largo ensortijado y recogido permanentemente en una grasienta coleta. Vestía por costumbre pantalones holgados de estampado militar y camisetas negras de talla XL, y dibujos alusivos a grandes bandas de rock. Esa mañana, para inaugurar el curso como es debido, según dijo, había elegido una con el logotipo de la mítica Queen.

      —¿Escribir? —nos saludó—. Así que todavía sigues con esa idea de hacerte famoso cabalgando en las letras. Mira que eres idiota.

      —Muchas gracias, Ray, amigo —le contesté—. ¿La frase es tuya?

      Nadie sabía más que Bandira en cuanto a música popular del siglo XX, y a menudo colaba citas de grandes canciones entre sus frases. Ya no nos