Demonios. Daniel Lerner. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Daniel Lerner
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9789878617862
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       A Marcelo.

       A Matilde, con quien finalmente terminé confirmando que “la manzana no cae lejos del árbol”.

       A mis amigos de la vida y a todos aquellos que supieron inspirarme para escribir estos relatos.

      Daniel Lerner

      DEMONIOS

      1º Edición Buenos Aires: Adrián Christian José González Scotto, 2019

      Lerner, Daniel

      Demonios / Daniel Lerner ; prólogo de Daniel Lerner. - 1a ed ilustrada. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Tamara Herraiz, 2019.

      Libro digital, EPUB

      Archivo Digital: descarga y online

      ISBN 978-987-86-1786-2

      1. Narrativa Argentina Contemporánea. 2. Sexualidad. 3. Amor. I. Título.

      CDD A863

      Diseño de cubierta: Muiños de Vento Editorial

      IG: @muinosdevento

      © de los textos, Daniel Lerner

      ISBN: 978-987-86-1786-2

       Queda prohibida la reproducción parcial o total de esta obra, por cualquier medio o procedimiento, sin la autorización escrita de los titulares del Copyright, bajo la sanción establecida por la ley.

       DEMONIOS

       Daniel Lerner

LA GLORIA

      Con Nico conseguimos arriar veinticinco vacas, que las amuchamos en el cobertizo de atrás. El resto se va ahogando, se va perdiendo el trabajo de una vida. A medida que el campo se vuelve barro, las vacas se van hundiendo, se echan con mugidos largos, como lamentos, y no hay forma de sacarlas de ahí. A algunas las termina sacrificando Nico, siempre con el rifle preparado. Llevamos dos semanas bajo el agua y esperamos un milagro, pero solo aparecen animales muertos, flotando, pudriéndose bajo el aguacero, y cuando de a ratos capea, los pájaros les picotean los cueros. Clodomira observa por la ventana y murmura: “Dios mío, ahí va otra vaca”. Perdida en el sur de Córdoba, a La Gloria se llega desde Vicuña Mackenna, entrando por el pueblo hasta el Paso de los Potreros, y después de cuatro kilómetros, se dobla a la derecha hasta el Paraje Sampedro. A cien metros está la tranquera con el cartel oxidado que dice “La Gloria”, pero esos son solo recuerdos, porque el Paraje Sampedro tiene un metro y medio de agua. El monólogo del viejo me distrae. “Al ñudo enojarse con la lluvia, la vida del chacarero es así” dice, mientras mira la lluvia a través de la ventana. Clodomira rezonga desde la cocina: “Parece que alguien se despabiló. Éramos pocos y…”, pero refunfuña por lo bajo, sin terminar la frase. Este temporal es una amenaza que va a terminar con todos nosotros, pero después pienso que va a parar, que las aguas van a retroceder, y al abuelo no hay forma de que sacarle ese pantalón manchado de pis y grasa. Siempre supe que el viejo iba a terminar así. Antes le tenía repulsión, pero ahora es un viejo senil, que fastidia todo el tiempo. En una época lo odiaba tanto, me parecía un monstruo. Pero de aquel borracho que me sacó un diente y que lo dejó medio tonto a Nico de los golpes que le daba cuando éramos chicos, hoy solo queda un viejo gagá que se guarda pedazos de pan en el pantalón. La Clodo no se calla más, ella también ahora se le anima. Pensar que antes, amanecía en la cama del viejo y después andaba llorando por los rincones de las cachetadas que le daba. Cuando veo esa piltrafa, de fecha vencida, pienso en por qué no se va de una vez y deja su lugar a otro. Solo Nico parece no darse cuenta de que el viejo cambió. Y la Clodo sigue con ese humor de perros.

      Esta lluvia nos tiene presos. Ya lo hablé con mi hermano, le dije que si alguna vez me pongo como el viejo, me pegue un tiro en la frente, como a las vacas. Los hermanos son para toda la vida. Sé que siempre voy a tener que cuidar a Nico, pero eso no me molesta, y cuando seamos viejos, ya nos pusimos de acuerdo, o él me pega el tiro a mí, o yo se lo pego a él. Por las dudas guardo las balas bajo llave, no sea cosa que Nico se entusiasme antes de tiempo.

      * * *

      Por fin Tomás viene al chalet. La Clodo no lo podía tener para siempre en la casa de los caseros. En la galería, detrás del mosquitero, se saca el equipo de lluvia, mientras pispea para adentro y yo me hago el distraído. Lo saludo: “¿Todo bien, Tomacito?”, y Nico me hace el coro: “¿Todo bien, Tomacito?”. Nico siempre hace la misma gracia. “¿Cómo querés que nos vaya?”, contesta la Clodo por él, pero yo no le respondo. La madre le recrimina algo. “Apúrese, pendejo”, pero él le pone cara de nada. Nico vuelve a su revista, en realidad es un folleto de cosechadoras que venden en Laboulaye, pero hace rato que se tildó con una propaganda de fertilizantes. Tomás pasa con el jean ajustado que le marca el culo bien parado que tiene. Nuestros ojos se cruzan y hace como que me va a sonreír, pero sigue de largo, con el balde y el escurridor, derecho a la habitación del viejo. Afuera truena y se larga un chaparrón. En eso el viejo me mira y me dice: “Juancito, cébese unos mates”, pero no le contesto y pienso que por qué el viejo no se quedará mudo por un rato. Me levanto para ir al baño y me paro frente a la pieza del viejo. Ahí está Tomy, sacando las sábanas de la cama. Lo agarro por detrás, lo apoyo un poquito y lo beso en la nuca, pero él se escabulle a desgano.

      —Andate, ¿sabés la que se arma si la Clodo te ve?

      —¿No me extrañás? —le susurro al oído, mientras lo tomo de la cintura.

      —No— dice, como si fuese cierto. Mira a la cocina, a ver qué hace su madre.

      Le digo que esta noche voy a ir la piecita. Apoyo mi mano sobre la suya. Tomás la saca, y se aleja de mí. Su vista se nubla con un gesto de duda.

      —No sé, Juan. No, no voy a ir —dice, mientras se estira la manga de la polera. Se acomoda la bragueta. Todo sigue en orden ahí abajo.

      —Te voy a estar esperando —digo.

      * * *

      El casco de la estancia está sobre un terraplén y todavía estamos a salvo, si deja de llover y el agua no sigue subiendo. Por ahora las defensas de la laguna parecen aguantar, pero para donde miro hay agua y no quiero mirar, porque me da miedo. Yo nací en “La Gloria” y siempre veía el campo en bajada, primero sembrado de trigo, después de soja, las líneas de los álamos y los silos de chapa. Ahora solo hay agua. En medio del agua se ven las copas de los árboles y los silos hasta la mitad. El molino de los Ordoñez se ve cortito, en el centro de la laguna desbordada. El abuelo nos enseñó a no creer en supercherías, pero ni en esa la pegó, porque si uno mira, se va a dar cuenta de que esto no es bueno y que lo que pasa es por algo. Ya no se alcanza a ver el otro lado. La Gloria es una isla. Si la cosa se pone más fea, pueden sacarnos en helicóptero, también podemos irnos en el bote a motor. Pero, ¿dejarlo todo?, ¿a dónde iríamos?

      * * *

      A las diez apago el generador y me acuesto. La idea de verlo a Tomás me mantiene despierto. Pienso en abrazarlo, en hacerle todo lo que a él le gusta, y el corazón se me acelera. Cuando el reloj marca las once menos cuarto, salgo de la cama, por más que estoy seguro de que él no va a ir. Nico se acostó temprano. Le dolía la cabeza, pero ahora ronca bajito, debajo de las tres frazadas. Me visto en la cocina, no quiero hacer ruido, aunque el viejo duerme profundo con el vino que se tomó. En la cocina, el ruido de las gotas golpea en los charcos y sobre la chapa, al lado del mosquitero, que nadie sabe cómo llegó ahí.

      La linterna apunta al piso, las gotas cruzan como alfileres. Voy por el camino de lajas que bordea los ciruelos. Lo podría hacer con los ojos cerrados, pero algunas lajas se hunden en el barro. Llego al lapacho y me doy vuelta. El chalet a oscuras es una gran sombra. Todo está muerto, ahogado, pero no quiero preocuparme, porque voy a ver a Tomás, y si me pongo mal, se va a asustar. Cerca del corral siento olor a pluma y a caca de gallina. En la piecita, me saco la capucha y escurro el agua.

      La linterna hace círculos de luz en el techo y las paredes. Doy un salto. “¿Me querés matar del susto?”, le digo, y sus ojos se achinan. Tomás se ríe. Me estaba esperando, a oscuras, sentado en el piso contra la pared. Apago la linterna, busco su silueta reflejada por el agua plateada