Relatos desde el purgatorio. José Luis Cámara Pineda. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: José Luis Cámara Pineda
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Изобразительное искусство, фотография
Год издания: 0
isbn: 9788418848315
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      Relatos desde el purgatorio

      Cubierta y diseño editorial: Éride, Diseño Gráfico

      Dirección editorial: Ángel Jiménez

      Edición eBook: enero, 2022

      © José Luis Cámara Pineda

      © Éride ediciones, 2022

      Espronceda, 5

      28003 Madrid

      Éride ediciones

      ISBN: 978-84-18848-31-5

      Diseño y preimpresión: Éride, Diseño Gráfico

      Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra sólo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmen-to de esta obra.

       José Luis Cámara Pineda

      Nació en Córdoba en 1977. Licenciado en Periodismo por la Universidad de Sevilla, trabajó en medios como El Correo de Andalucía, ABC, El Mundo, Cadena SER, Onda Cero y el Diario de Avisos de Tenerife. Tras una amplia etapa en el periodismo deportivo, se centró luego en la política y los temas sociales, con especial atención al fenómeno de la inmigración. Actualmente es responsable del Departamento de Comunicación de Cáritas Diocesana de Tenerife. Después de publicar el cuaderno de viaje Rumbo a un sueño (2012) y la novela La noche más larga en la isla esmeralda (2015), en este tercer libro repasa parte de su trayectoria periodística con una selección de artículos, reportajes y entrevistas en un formato ágil y desenfadado.

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       Para María, el ‘tsunami’ que agitó mi vida

      «De los diversos instrumentos inventados por el hombre, el más asombroso es el libro; todos los demás son extensiones de su cuerpo… Solo el libro es una extensión de la imaginación y la memoria»

       Jorge Luis Borges

      Prólogo

      Hasta hace unos años, el único papel que caía en mis manos, además del higiénico, era el de un periódico deportivo, que devoraba con el mismo ansia con el que me sentaba frente al televisor fuera cual fuese el deporte que era retransmitido. Para mí, los libros eran aquellos seres inanimados que cada día paseaba hasta el colegio con el único fin de aprobar los exámenes. Ni siquiera la obligación de leer a los clásicos consiguió engancharme a un hábito desconocido y hasta entonces aburrido, que siempre sustituía por la lectura compulsiva de ese diario deportivo que, paradójicamente, terminé aborreciendo, quizá porque contaba las hazañas del equipo de fútbol al que yo tenía animadversión.

      La universidad, además de amigos y borracheras, también contribuyó a que la lectura dejara de ser un estorbo y se convirtiera en fiel compañera, aunque los primeros libros que ocuparon mi estantería fueron de Sociología y Estética; asignatura que, sin venir a cuento, hizo que me topara de bruces con el cine de Jean Cocteau y Peter Greenaway, dos ascetas incomprendidos que décadas después todavía nadie ha alcanzado a definir. La literatura, como tal, no se presentó hasta que una señora de voz tímida y aspecto neoclásico nos conminó a resumir en un solo cuatrimestre obras como La Regenta, El Quijote y La Odisea, tres tostones que leí por partes durante largas travesías insomnes.

      Fue entonces cuando empecé a darme cuenta del efecto sedante que ejercían en mí aquellas páginas que hablaban del pasado, de héroes, de realidad y ficción. De tragedias y místicos, de sentimientos y sueños. Quizá ahí, además de calmar mi ansiedad, los libros se tornaron imprescindibles en mi maleta y compartieron asiento conmigo durante el resto de viajes. Reconozco que no fui nada original, ni lo sigo siendo, y me dejo guiar por lo excesivamente comercial y las recomendaciones más convencionales. Pero eso, aunque seguramente sea un error, me permitió entretenerme con García Márquez, Vargas Llosa, Ruiz Zafón, Pérez Reverte o Dominique Lapierre, a los que nadie podrá negar que de literatura entienden un rato. Podría presumir de haber leído a Baudelaire, Engels o Kafka, pero cualquier erudito de medio pelo se daría cuenta de que miento, porque ni Francia, ni la economía, ni los insectos son mi fuerte.

      Sí podría debatir sobre los cuadros de vida que describe Luis Sepúlveda en cada una de sus novelas; o de la bucólica simpleza que se desprende de las obras de Isabel Allende; o del frenético ritmo que imponen las ciudades en las que residió el periodista Enric González. De los tres, con la lógica distancia que impone la preparación y capacidad intelectual, intenté copiar aquello que me llamó la atención, que me envolvió y me incitó a escribir. El resultado fue un montón de historias contadas desde el periódico donde trabajé una década, el Diario de Avisos, donde además de pasar por distintas secciones también tuve una columna de opinión quincenal (bajo el título «El Purgatorio») en el suplemento cultural DTrulenque. Así, entre entrevistas, reportajes y artículos nació este libro, el tercero de mi más que modesta trayectoria.

      Un libro que no habla de dragones ni princesas; que no emplea giros complejos ni sorprende con un final apoteósico; tampoco será un ejemplo para generaciones venideras, ni pretendo que gane premios ni distinciones. Solo demuestra que las historias, convertidas en literatura, en papel o en soporte electrónico, nos permiten escapar de lo cotidiano y nos animan a cumplir sueños. Nos transportan a donde nosotros queramos sin necesidad de salir de casa. Nos dejan claro que ni la crisis ni todos los problemas del mundo pueden impedir que sigamos soñando... y también leyendo.

      Parte I

      I. Marco (octubre de 2013)

      «Querido Marco, aunque todavía te quedan algo más de tres meses para venir al mundo, quería avisarte de algunas de las cosas que te tocará vivir en nuestro singular planeta. No todas serán malas, ni mucho menos, porque por encima de todo hay algo intangible llamada “ley natural”, que con el tiempo va poniendo cada cosa y a cada persona en su lugar. Es verdad que no será fácil, pero si te empeñas y tienes la suerte de hallar el camino, nada ni nadie podrá interponerse. Para empezar, porque tu madre te alumbrará en el mal llamado Primer Mundo, donde la crisis se mide en euros y en el número de objetos electrónicos a los que puedes acceder.

      Aquí no es como en muchas otras partes, donde la recesión es algo con lo que se nace y se calibra por las veces al día en que te llevas algo caliente a la boca. O por el número de vacunas que te pueden poner, algunas de las cuales ni siquiera son necesarias en un país como el tuyo, donde confortables hospitales dan respuesta a las necesidades sanitarias de la gente. Y algo parecido ocurrirá con tu educación, que aunque modesta y condicionada por los politicuchos de turno, será gratuita y obligatoria, porque así lo dicta un libro grande llamado Constitución, un conjunto de derechos y deberes con los que sueñan muchos niños y mayores de otras partes de la Tierra. Es lo que se ha dado en llamar democracia, un término que te intentarán explicar en el colegio, un lugar al que te llevarán tus padres en coche o en guagua, para que vayas descansado y puedas rendir; para que te hagas un hombre de provecho y no tengas necesidad de pedir favores que luego te pasen factura.

      En ese colegio, además, tendrás la oportunidad de escoger hasta religión, porque aunque muchos se empeñen en negarlo, España es un país libre donde la gente puede decir lo que piensa sin miedo a que te metan en la cárcel. Seguro que un día te preguntarás qué es la cárcel, y ni tu madre ni yo sabremos responderte, porque hoy en día hay en la calle casi tantos chorizos como convictos en los centros penitenciarios. Pero tú tranquilo, con calma, porque lo bueno de la vida es que te va enseñando sin necesidad de libros ni cuadernos. Bastará con que escuches y pongas atención a lo básico, de que seas bueno y justo con los demás y des oportunidades a las personas, en la misma medida en la que te las darán a ti. Tendrás que ser fuerte y superar adversidades porque, como dijo una vez un señor mucho más inteligente que tu padre, “la muerte está tan segura de ganar que te da toda una vida de ventaja”».

       Posdata:

      Ya